Livin´ la Vida Loca
Aglomeraciones en manada regadas de alcohol y drogas. Escenas que se repiten desde Miami hasta Pinamar y Madrid. ¿Es el comienzo de un regreso a los “felices años 20” del Charleston y el Gran Gatsby? ¿O es el trasfondo social de una incierta transformación científica y tecnológica? Lo que podemos aprender de esa década del siglo pasado.
Gustavo Sierra
gustavohectorsierra@gmail.com
5 de abril de 2021

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Las epidemias transforman. Grandes cambios históricos fueron producidos por los virus. La historia de la Humanidad podría ser contada como una sucesión de épocas de peste con otros períodos más cortos de vida sana. Y con cada epidemia vienen los cambios. Los seres que sobreviven ya no son los mismos. Adoptan nuevas costumbres y formas de vida. Se avanza a una Era diferente. Pero antes de que se produzcan estas transformaciones, el ser humano necesita festejar su existencia, su supervivencia. Tras el dolor, hay fiesta.

Las enfermedades masivas lograron cambios extraordinarios en la Historia. Y en ocasiones se ha expresado de maneras insospechadas. La rapidez con que un puñado de conquistadores españoles desmanteló las estructuras de poder de los pueblos precolombinos, formados por millones de personas, no se debió sólo a su superioridad militar, sino también –o sobre todo- a las enfermedades que traían consigo y ante las que las poblaciones indígenas carecían de defensas. En cambio, cuando casi tres siglos después otros europeos, en este caso tropas francesas, llegaron a Haití para reprimir la revuelta de los esclavos, cayeron derrotados por una terrible epidemia y no pudieron hacer nada para evitar la independencia. No son excepciones; como recuerda hoy la expansión del coronavirus, las enfermedades son consustanciales a la evolución humana y las epidemias han tenido un papel crucial en su historia. “Los gérmenes y las infecciones dieron forma a la humanidad”, asegura Jared Diamond, el autor del clásico best seller “Armas, gérmenes y acero”.  

         La peste negra que a mediados del siglo XIV asoló Europa es famosa por haber acabado con la vida de decenas de millones de personas (entre un 30% y un 60% de la población), aunque el impacto fue enorme también en Asia y en África. En el continente europeo, la recuperación no consistió simplemente en que se recobraran los niveles de población anteriores, sino que se produjeron grandes transformaciones de tipo cualitativo. La mortandad y las corrientes migratorias provocadas por la epidemia, causaron una caída de la mano de obra en el campo. Los propietarios tuvieron que arrendar sus tierras o bien pagar a agricultores para que las trabajaran, con lo que el sistema feudal se debilitó, al tiempo que las clases burguesas acumulaban más capital y, en general, se producía un gran esfuerzo tecnológico para sustituir la fuerza de trabajo desaparecida. Todo ello fueron contribuciones decisivas que llevaron al Renacimiento.

También descubrimientos y disputas geopolíticas entre las potencias de turno. Ese es el llamativo caso de la quinina. En 1623, la muerte de diez cardenales en Roma llevó al papa Urbano VII a exhortar a Occidente a encontrar una cura para la malaria (la palabra proviene del italiano mala aria, “mal aire”). El descubrimiento, pocos años después, de las propiedades de la quinina movilizaría a las grandes potencias imperiales para hacerse con el control de la mayor cantidad posible de ella. Tenían el objetivo de poder consolidar su expansión y garantizar su poderío militar en zonas donde la malaria hacía estragos entre las tropas. Obtener esta valiosa sustancia se convirtió en sí mismo en un instrumento de poder político y, a su vez, en un estímulo para seguir ampliando el control sobre nuevos territorios.

Jóvenes cantando, gritando y bailando en la calle Espoz y Mina del centro de Madrid. Celebraban el fin del toque de queda, después de salir de bares de los alrededores. Foto: Olmo Calvo

Las pandemias también llevaron a la estigmatización de determinados grupos o personas a quienes culpaban del origen de la enfermedad. El ejemplo más reciente es de los homosexuales a consecuencia de la irrupción del Sida. Estos no sólo fueron estigmatizados socialmente, sino que además se convirtieron en el centro de críticas de carácter religioso provenientes de sectores conservadores que equiparaban la homosexualidad al pecado, una vinculación común en tiempos pasados pero que parecía erradicada por los avances científicos del siglo XX. Al mismo tiempo, la epidemia produjo profundos cambios en los hábitos sexuales, tras la revolución de los años 60 y 70.

Y está la mal llamada pandemia de la Gripe Española, la influenza. Tras los horrores de la Primera Guerra Mundial, el mayor conflicto bélico que había existido hasta la época y que arrasó con unos 20 millones de vidas, en 1918 se desató la pandemia causante de la pérdida de otros 50 millones de seres humanos. Devastado el mundo ante tanto sufrimiento, apenas logró ver una salida, una esperanza, se largó a disfrutar. O, por lo menos lo hicieron las clases más acomodadas. Después de estas tragedias en cadena, la gente tiene ganas de vivir, de consumir, de pasarlo bien y de enterrar los días grises.

Aquel periodo de prosperidad económica, que tanta nostalgia causa entre algunos y que nos deja íconos como las fiestas sin fin a ritmo del charlestón, el art decó o el jazz de Louis Armstrong, no fue más que un espejismo: un cajón de doble fondo que escondía el avance de los totalitarismos, la amenaza latente de otra guerra de enormes dimensiones y una falsa felicidad económica que acabó por estallar con el crack del 29, haciendo pedazos los sueños que habían definido la luminosa y colorida década de los atrevidos cortes de pelo, los cabarets y la popularización de los electrodomésticos en los hogares.

“Estados Unidos y Europa o Sudamérica vivieron realidades muy distintas”, dice Antonio Moreno Juste, catedrático de Historia Moderna de la Complutense de Madrid. Distingue entre dos etapas: un periodo de crisis muy fuerte, entre los años 1919 y 1924, y una segunda a partir de la crisis del 29, en la que “mejoran un poco las cosas”. Lo cierto es que, mientras el viejo continente languidecía e intentaba curar las cicatrices de la Gran Guerra, al otro lado del charco se prometía el ‘American Dream’ para todos. “Significó el inicio de la hegemonía estadounidense. Wall Street sustituyó a la City londinense como centro financiero mundial”, explica el profesor.

Escena de El Gran Gatsby del director Baz Luhrmann (2013).

En el viejo continente tardaron más en saborear las ventajas de esa bonanza económica sin precedentes, del sistema de pagos por cuotas y del sueño de poder adquirir un automóvil como el legendario Ford T o electrodomésticos. Y, bajo esa promesa, llega ese baile tan loco y tan alegre como esos años: el charlestón y los gramófonos, clubes que se llenan de humo y jazz y la jornada laboral que se reduce hasta las 8 horas actuales. Pero también aparecen los años de crimen, contrabando y la mafia de Al Capone, que dejaron episodios tan macabros como la Masacre del Día de San Valentín de 1929. Si los gángsters fueron la figura más cinematográfica que heredamos de ese periodo, el hedonismo, los excesos o la promiscuidad que rompen con los valores tradicionales de la Belle Époque se retratan con detalle en la literatura. El gran Gatsby de Francis Scott Fitzgerald, es la novela icónica de esa época. En la memoria aparecen el despilfarro, la falsa alegría que muestran las escenas de las películas que se hicieron alrededor de la novela, como la versión de 1974 con Robert Redford o la de 2013 con Leonardo DiCaprio. El propio Fitzgerald definía los años veinte como la época en la que “las fiestas eran más grandes, los ritmos eran más rápidos, los shows eran más largos, los edificios eran más altos, la moral era más relajada y el alcohol era más barato”.

Al inicio de la década, mientras las reservas bancarias de Estados Unidos aumentan gracias a sus deudas con los europeos, el viejo continente no logra estabilizar su situación política. “Hubo intentos para garantizar la paz, como la Sociedad de Naciones o los acuerdos de Locarno, pero resultaron ser una ilusión”, explica el profesor Antonio Moreno Juste, añadiendo que “hay una percepción distorsionada de la política de los años Veinte; en realidad no se acaba de consolidar un modelo democrático”. Mientras Europa intenta recuperarse, en Alemania se funda el partido nazi, tiene lugar la marcha sobre Roma de Mussolini, aumenta el ‘pánico rojo’ hacia el gobierno Bolchevique y el imperialismo japonés entra oficialmente en el nuevo orden internacional.

Finalmente, el american way of life se cuela entre las raíces de la vieja Europa y salpica al resto del mundo. Hasta entonces dos tercios de la riqueza se transmitían a través de las herencias. En la posguerra mundial pasa a ser solo un tercio, un cambio notable que afectará a la distribución de las rentas con grandes repercusiones tanto políticas como sociales. Las conservadoras familias europeas y el modelo que habían trasladado al emigrar a América, se desploman. Aparece el poder de una ascendente clase media.

Mientras el mundo estaba a punto de entrar en otra guerra, en los cabarets y clubes se bailaba y se bebía, se brindaba con ginebra y champán y la población compraba coches que hasta el momento estaban sólo al alcance de unos pocos privilegiados. En las salas de cine, resonaban las carcajadas que provocaba el humor de Chaplin, nacían Mickey Mouse y los cómics de superhéroes. El provocativo little black dress de Coco Chanel se introducía en muchos armarios femeninos, rompiendo con la decimonónica creencia de que el negro era solo el color del luto. Aparecen musas de labios carnosos y poca ropa, el arte se rebelaba con los vanguardismos, los clubs americanos se llenaban de las embriagadoras notas del Muskrat Ramble de Louis Armstrong y, en París, los acampanados sombreros cloche se ponían de moda. Una época marcada por los estereotipos que fue definida como la “era del maravilloso sinsentido” y que acabó con una imagen contrapuesta al brillo, la alegría y el frenesí: los suicidios desde las ventanas de Wall Street en aquel jueves negro que a todos tomó por sorpresa. Se habían terminado los “años maravillosos”.

Spring Break en Miami Beach en pleno aumento de los contagios por coronavirus.

“La historia ocurre dos veces: la primera como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”, escribió Karl Marx​. Se podría aplicar a los años 20 del siglo XX y tomarlo como una advertencia para lo que pareciera que se está desatando tras el coronavirus en este XXI. En su libro Apollo’s Arrow: The Profound and Enduring Impact of Coronavirus on the Way We Live, Nicholas Christakis, profesor de Yale, predice que el péndulo oscilará en la dirección opuesta después de la pandemia, con millones de personas buscando “amplias interacciones sociales” para recuperar el tiempo perdido (ver entrevista en Gallo). “Durante las epidemias se produce un aumento de la religiosidad, la gente se vuelve más abstencionista, ahorra dinero y rechaza el riesgo, y todo eso lo estamos viendo ahora, igual que hemos hecho durante cientos de años durante las epidemias”, declaró Christakis a The Guardian. La sociedad volverá a una era de indulgencia, y el Dr. Christakis predice que habrá un aumento del “libertinaje sexual, así como un retroceso de la religiosidad”. También asegura que la nueva Era no comenzará hasta 2024, después de que la mayoría de la población global reciba la vacuna y la economía se haya recuperado.

También lo cree la empresa L’Oréal, el mayor grupo de cosméticos del mundo, que prevé una bonanza en las ventas de maquillaje, ya que llevar los labios pintados se convierte en un “símbolo de vuelta a la vida”. L’Oréal, que posee más de 30 marcas, entre ellas Maybelline, Lancôme y Garnier, dijo que pensaba que las ventas se acelerarían considerablemente a medida que se distribuyeran las vacunas y disminuyeran las tasas de infección. Jean-Paul Agon, director general de L’Oréal, predijo una “fiesta” en el mercado de la belleza. “La gente estará contenta de volver a salir, de socializar”, dijo Agon. “Será como en los años 20, habrá una fiesta de maquillaje y fragancias. Las ventas de cosméticos cayeron en picada durante la pandemia; el cierre de tiendas, unido al trabajo en casa, hizo que muchas mujeres se deshicieran de sus maletas de maquillaje”.

Algo parecido sucede con el consumo de alcohol que aumentó exponencialmente durante la cuarentena y que todo indica se disparará apenas regresen los festejos masivos más allá de los que ya protagonizan en forma clandestina los jóvenes en todo el mundo. La asociación de productores de bebidas alcohólicas de Europa predice para esa industria una bonanza “sin precedentes” en los próximos años. En Estado Unidos, el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) reveló que el consumo excesivo de alcohol es responsable de más de 255 muertes cada día en ese país, lo que representa 93.000 muertes al año. La pandemia produjo picos de consumo en varias ciudades y estados, que van desde un 20% en Jacksonville, Florida, hasta el 100% en el área de Chicago.

Y también serán los coches. Como en los años 20 en que se popularizo el automóvil, ya se vislumbra un boom de los autos eléctricos. Tesla Inc. vendió casi medio millón de vehículos eléctricos en 2020, en plena pandemia, y se prepara para doblar esa cifra en este 2021. BMW duplicó las ventas en los últimos seis meses y lanzará una nueva línea de autos de lujo que fabrica contra reloj. Carnival Corp., en una señal de confianza en el deseo del público de socializar de nuevo, planea comenzar los embarques en abril para su mayor barco de la historia, el Mardi Gras, con 5.200 pasajeros El resto lo hará la revolución científico-tecnológica que estamos viviendo. Aparecerán muchos más adelantos para el uso cotidiano de los que surgieron en todo el siglo pasado. Y la próxima década será propicia para que millones de personas se lancen a apoderarse de ellos. Andrew Bailey, gobernador del Banco de Inglaterra, aseguró que la gente “irá por todo” una vez que el programa de vacunas permita la reapertura de la economía y puedan gastar el dinero que ahorraron mientras estaban en cuarentena.

La policía debió dispersar por la fuerza las aglomeraciones de estudiantes en Miami Beach.

Claro que, siempre hay que aclararlo, los nuevos locos años 20 de consumo y despilfarro serán para unos pocos. El resto continuará con sus modestas vidas hasta que algún avance tecnológico logre reemplazar de una vez por todas el trabajo físico extremo. La época del charleston y los lujosos cabarets fueron para una elite. Los otros lo miraron desde afuera. Pero, a pesar de esto, impuso un clima que derramó hacia el resto de la sociedad, que también vivió a su manera, una década de libertad y libertinaje.

El argumento a favor de una repetición de los años 20 en cuanto a transformación social es que ya vimos que aceleró la adopción masiva de tecnologías como la videoconferencia y el comercio digital, que están aquí para quedarse. Una encuesta mundial entre ejecutivos realizada por McKinsey & Co. reveló que estaban “sorprendentemente” siete años por delante de donde planeaban estar en términos de la proporción de productos digitales u organización digital de sus empresas. Por su parte, Cowen Research informó de que casi la mitad de los compradores de tecnología corporativa a los que entrevistó dijeron que estaban en las primeras fases de llevar toda su estructura a la nube. Las empresas y sus actividades operan y quedan archivadas en un server de Internet.

Sin embargo, lo más probable es que las grandes economías del G-7 sigan luchando contra el “estancamiento secular”, una plaga económica de las naciones desarrolladas. Las condiciones previas son el envejecimiento de la población, el lento crecimiento de la mano de obra y la débil demanda de crédito, por lo que la enfermedad es resistente a los remedios monetarios tradicionales. La última prueba de que los inversores no tienen muchas esperanzas de que la próxima década se salga de ese molde es el rendimiento de los bonos del Tesoro a 10 años. Protegidos contra la inflación se sitúa en torno al 1% negativo, frente al 4% del boom tecnológico de los 90.

Fiesta sin restricciones en un barco que navegaba por el Caribe mientras se producía un nuevo récord de muertos a nivel global.

El mundo de 2021 es “una mezcla confusa de los años veinte del siglo anterior en muchos aspectos”, dice el economista de la Universidad de Rutgers Eugene White. Como entonces, los precios de las acciones son altos en relación con los beneficios empresariales. El recelo actual hacia instituciones internacionales como las Naciones Unidas y la Organización Mundial de la Salud resultaría familiar a un viajero de esa época. Las relaciones raciales vuelven a ser tensas, aunque los negros estadounidenses están en una posición mucho mejor que hace un siglo. Los aranceles aumentaron bajo el presidente Donald Trump, como lo hicieron en la década de 1920. Los estadounidenses siguen quejándose de un gobierno prepotente, como lo hicieron durante la Ley Seca. La década de 1920 fue la primera en la que la población rural fue menor que la urbana; en la década de 2020, la América blanca rural se siente privada de derechos después de haber acudido con fuerza a la fallida reelección de Trump. Fenómenos que podríamos traspolar al resto del mundo. Sobre todo, el de la desconfianza, la rabia y la división.

Los “felices veinte” fueron una época de creciente prosperidad en general, pero también de aumento de la desigualdad de ingresos y riqueza y de profundización de las divisiones en la sociedad. La prohibición de producir y consumir alcohol, que entró en vigor en 1920, abrió una brecha entre “secos” y “mojados” y le dio impulso al crimen organizado.

Aún no es claro en qué punto de la curva de adopción de las nuevas tecnologías nos encontramos. Por ejemplo, la producción de robots (la palabra “robot” fue acuñada precisamente en 1920 por el dramaturgo checo, Karel Capek) un siglo después no han estado a la altura de las esperanzas -o de los temores-. Tuvieron que pasar 13 años, de 2005 a 2018, para que se duplicara el número de robots instalados en Estados Unidos, según la Federación Internacional de Robótica. Para un pesimista, eso es casi una meseta. Para un optimista, significa que los robots están todavía en la parte inferior de la curva de adopción en forma de S y están preparados para despegar en cualquier momento. Como dijo el inversor Peter Thiel: “Queríamos coches voladores, pero logramos una red para escribir 140 caracteres”. (Aunque hubo un avance: ya estamos en 280 caracteres).

Hedonismo, armas (esta de juguete, pero…), alcohol y diversión permanente en el Mardi Gras, sin pensar en las consecuencias.

Quizá la lección más importante que nos dejaron los años 20 del siglo pasado es el peligro del aislacionismo y el surgimiento de potencias totalitarias. Estados Unidos salió de la Gran Guerra de 1914-18 como la economía más poderosa del mundo, así como su mayor acreedor, habiendo prestado mucho a las potencias de la Entente para financiar el esfuerzo bélico. Sin embargo, Washington se resistió a asumir las responsabilidades del liderazgo mundial. Hartos de Europa y de sus sangrientas disputas, los aislacionistas del Congreso impidieron que Estados Unidos se uniera a la Sociedad de Naciones. Con una política fiscal y monetaria estricta, Washington impuso su deflación a otros países. También insistió en que el Reino Unido y Francia pagaran sus deudas de guerra. Lo hicieron exigiendo, a su vez, reparaciones a Alemania. Eso alimentó el resentimiento entre los alemanes que fue el gran motor del ascenso de Hitler.

Mientras tanto, la idea de que la pandemia de Covid-19 es una especie de trampolín que hará rebotar al mundo hacia un futuro brillante no sólo es desalentadora, sino también errónea. Las pandemias dañan de forma duradera a las sociedades en formas que van más allá del número de muertos. En octubre, el FMI publicó un documento de trabajo elaborado por los economistas Tahsin Saadi Sedik y Rui Xu, en el que se descubría un círculo vicioso: las pandemias reducen la producción y aumentan la desigualdad, avivando el malestar social, que reduce aún más la producción y empeora la desigualdad. El estudio se basó en brotes de enfermedades en 133 países entre 2001 y 2018. “Nuestros resultados sugieren que, sin medidas políticas, la pandemia de COVID probablemente aumentará la desigualdad, desencadenará el malestar social y reducirá la producción en los próximos años”, escribieron.

En 1974, el sociólogo Jib Fowles acuñó el término cronocentrismo, “la creencia de que la propia época es primordial, que otros períodos palidecen en comparación”. A los filósofos morales les gusta advertir sobre la “falacia natural”: Que algo sea así no significa que deba serlo. Del mismo modo, los que hacen audaces predicciones sobre el futuro deben tener cuidado con la “falacia predictiva”: el hecho de que las circunstancias actuales den motivos para pensar que algo debería ser así no significa que vaya a serlo. Pero aprender del pasado puede ayudar a que comience la curación y termine con la falta de resiliencia y espíritu de sacrificio que están mostrando los millennials. Ellos son los que se están lanzando a vivir la vida loca.

¿Vuelven los felices años 20?

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