Todo al revés: por qué volví a la Argentina
La experiencia de un joven profesor universitario que regresó al país en febrero de 2020 después de años en Europa. ¿Está loco?
Augusto Salvatto
22 de febrero de 2021

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En febrero de 2020, después de casi dos años viviendo en el exterior, decidí volverme definitivamente a Argentina. Sí, como lo lee. “Todo al revés” ya me dijeron en más de una oportunidad. “¿Qué se le va a hacer?” es la respuesta fácil para decir algo sin decir nada ante el recurrente comentario. Pero ya que están de moda las cartas de argentinos explicando por qué dejan el país, me pareció que estaría bueno contar algo sobre los que, estando afuera, decidimos hacer todo al revés.  

Es importante aclarar algo antes de empezar: no es mi intención abordar este tema como más nos gusta a los argentinos: un River vs. Boca. No creo que exista una superioridad patriótica o moral en el que regresa, ni tampoco una mayor madurez o racionalidad en el que decide partir. En una sociedad democrática, republicana y plural, el proyecto personal de vida de cada uno es sagrado. Afuera está lleno de oportunidades para quien quiera aprovecharla y sería una necedad poner limitantes geográficos en el siglo XXI.  Dicho esto, solo voy a exponer razones personales basadas en mi propia experiencia viviendo dos años en Europa.

Los que vinieron a fines del siglo XIX.

1. Nada es tan fácil.

Todos hemos escuchado alguna vez el famoso ejemplo del amigo de un amigo que se fue con un bolsito al hombro y ahora la junta en pala. Usualmente esas historias suelen venir acompañadas de un “Yy, es que acá no se puede *Se toma lo que le queda del café de una*

Argentina no es un país fácil. No estamos descubriendo nada. Pero ojo, tampoco es fácil emigrar. No es fácil tomar la decisión, ni es fácil llegar a instalarse en otro país. En mi caso personal, contaba con pasaporte de la comunidad europea gracias a que mis abuelos habían hecho el viaje en sentido contrario unos años antes, y una beca de la Fundación Carolina que me cubriría los estudios por un año en España. Y, así y todo, tampoco me resultó sencillo.

Hay una serie que ilustra esto a la perfección. Vientos de agua (2006) es una joya por donde se la mire (Guión, dirección, actuaciones, etc.). En ella, Ernesto Olaya, interpretado fantásticamente por Eduardo Blanco, decide irse a probar suerte a Madrid tras perder todo en el corralito. Y obviamente le pasan las mil y una: los que lo iban a recibir al final no lo reciben tan bien como pensaba, el alquiler que puede pagar es compartido, le entran a robar, tarda meses en hacer los papeles para poder trabajar como arquitecto, tiene que trabajar de cualquier cosa para sostenerse, extraña a la familia, y amaga con volverse bastantes veces.

En resumen: vayas donde vayas, y sin importar lo bien que estés, siempre vas a seguir siendo extranjero, así como mi abuelo siempre fue el gallego, aunque vivió 25 años en Galicia y 55 en Buenos Aires.

La pertenencia al terruño hacen difícil la vida en otro contexto.

2. Argentina no es inviable.

El argumento sobre lo fácil que es todo en el exterior está inmediatamente asociado al de la inviabilidad de la Argentina. “Este país no tiene salida”, “Vos que todavía podes, andate”, y así un millón de frases hechas que contrastan con las supuestas bondades de la vida en el extranjero.

Sería injusto juzgar a alguien que perdió todo en el Rodrigazo, o en la Hiper, o en el Corralito, y que está harto del ciclo de la ilusión y el desencanto que describen Llach y Gerchunoff. Al fin y al cabo, los motivos para una decisión tan personal son, justamente, personales.

Pero, a diferencia de lo que suele suceder en el mundo, Argentina es como un electrocardiograma de alguien que acaba de correr una maratón. Nuestros ciclos económicos son demasiado pronunciados y eso nos genera una sensación de crisis casi permanente, al mismo tiempo que nos permite experimentar recuperaciones excesivamente prometedores, que por supuesto no cumplen las expectativas.

Así y todo, nuestra calidad de vida comparada con la región sigue siendo relativamente alta. Aunque visiblemente deterioradas, la educación y la salud públicas no son un elemento menor y nuestro ecosistema científico-tecnológico es de vanguardia en América Latina. No es casualidad que seamos el país latinoamericano con más unicornios per cápita y no paren de aparecer empresas exitosas que se destacan más allá de nuestras fronteras: las oportunidades son enormes, especialmente por nuestro capital humano. Pero para que les vaya bien, esas empresas deben tener ojos hasta en la espalda, y estar atentos a absolutamente cualquier movimiento para acomodarse a los vaivenes de nuestra economía. No es por conformismo ni por falta de percepción de las trabas que impone Argentina al crecimiento del sector privado, pero sería necio no reconocer que este todavía es un país de oportunidades para un cierto sector de clase media con formación universitaria, que es el que suele decidir emigrar.

¿Estaría bueno tener un poco más de estabilidad? Por supuesto. ¿No sería deseable que esa sensación de que todo está a punto de estallar por los aires desapareciera? Claro que sí. Pero, al fin y al cabo, eso somos los argentinos. Y por estas tierras está lleno.

Emigrantes saliendo de Ezeiza.

 3. Los domingos.

Pero todos los argumentos más o menos racionales, no son nada comparados a este último motivo. La razón definitiva por la que decidí volverme a Argentina en febrero de 2020 es mucho más sencilla, y a la vez muy difícil de explicar. Es más: cuando me lo preguntaban, al principio, no sabía muy bien como ponerlo en palabras y terminaba explicando que simplemente “me dieron ganas”. Pero hace unos meses me di cuenta de que esa razón podía simplificarse en un simple concepto: domingo al mediodía.  

Los domingos en Argentina están llenos de mística. Especialmente a esa hora en la que, camines por donde camines, vas a sentir ese olorcito inconfundible a humo. Donde se juntan la familia que no elegimos y la que sí elegimos. Todos juntos, y un poco amontonados porque a último momento se sumó uno más, y nunca se le dice que no. No se dan una idea lo que se extraña el concepto de “picada” que parecería no entrar en la cabeza de nadie por fuera de estos pagos. Se añoran esas mesas largas donde discutimos a muerte por política, por fútbol, o porque el boludo de tu compañero de truco se fue al mazo sin mostrar los 32 de envido y ahora te lo quieren cobrar en contra. Y sabes que tienen razón, pero no se puede ser tan sorete. En fin, discutimos por cualquier cosa hasta que empiezan a salir las achuras ya somos todos amigos otra vez.  

No se dan una idea lo que se extraña ese griterío. Se extraña hasta ese tío que te quiere explicar todo, y te quema la cabeza diciéndote cómo tendrías que hacer el asado, mientras él está sentado en frente tomándose un fernet. Porque se las sabe todas, o al menos eso piensa él. “Pero vení a hacerlo vos si sabes tanto!”. Nunca viene, obvio.

Y claro, no hay domingo sin fútbol. Se extraña la gastada antes, durante y después del partido. Es francamente insoportable ver un partido de Libertadores a las dos de la mañana en la pantallita de la notebook con relatos de un mexicano vía el sitio pirada de streaming. Y más insoportable es que el vecino de al lado, que piensa que el futbol es un negocio y no se que otra sarasa,  te pida que hagas silencio, que mañana tiene que levantarse temprano. ¿Se puede ser tan pecho frío, viejo?

Ustedes dirán que no tiene sentido lo que estoy diciendo. Que no estoy bien. O que no puede ser que me haya vuelto de París por los domingos. Que estoy exagerando. Y bueno, un poco puede ser. Al fin y al cabo, yo también soy argentino. Los invito a hacer la prueba, y me cuentan.

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