El lobo con piel de lobo
Este experto en patologías psicológicas cree que Vladimir Putin no tiene nada de loco. Este es el trazado que hizo de su perfil.
Luis Ángel Díaz Robredo - Univ. Navarra
16 de noviembre de 2022

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Luis Ángel Díaz Robredo, Universidad de Navarra

Vladimir Vladimirovich Putin puede ser muchas cosas, pero en ningún caso se comporta de forma errática o perturbada. Muy al contrario, los que nos dedicamos a las patologías psicológicas podemos ver que el comportamiento del líder ruso es lineal y coherente (al menos coherente con su forma de entender el papel que debe ocupar Rusia en el escenario internacional), ampliamente premeditado y testado, integral (pues abarca diversas estrategias y ámbitos difícilmente asequibles para una mente confundida) y acompañado de un liderazgo grupal que ha conseguido hasta la fecha no pocos apoyos tanto dentro del país como fuera de sus fronteras.

Un brevísimo repaso de su biografía nos hace ver una persona determinada hacia sus objetivos personales, estable emocionalmente (al menos es lo que se desprende de su trayectoria vital personal y profesional) y predecible, rasgos comunes en personas sanas mentalmente.

Vladimir Putin con el uniforme del KGB (agencia de inteligencia soviética) en 1980. Wikimedia Commons / President of the Russian Federation, CC BY

Graduado con honores en la facultad de derecho, toda su vida ha estado relacionada con la función pública, bien en los servicios de inteligencia (KGB), bien al servicio de la alcaldía de Leningrado o posteriormente del presidente ruso de entonces, Boris Yeltsin. Su mandato como presidente del gobierno es el más largo del país, aspecto que igualmente denota perseverancia y sin duda un saber hacer dentro de la política nacional.

Putin siempre ha expresado su intención de liderar el país a su manera. Son conocidos y polémicos los casos en que su visión del estado le ha llevado a tomar decisiones unilaterales y drásticas: por ejemplo, su reorganización del sistema legal ruso causó el encarcelamiento de empresarios (recordemos al presidente de la petrolera Yukos, Mijaíl Jodorkovski) o el control de las televisiones rusas. Es, desde la perspectiva occidental, lo que solemos llamar un líder autoritario.

La toma de rehenes en el teatro Dubrovka de Moscú o la crisis de Beslán nos hablan de un líder orientado a la tarea (la seguridad y defensa del país, la unidad interna y la cohesión) por encima de todo y de todos.

Por no nombrar algunas muertes no resueltas de periodistas disidentes o encarcelamiento de políticos de la oposición. Putin siempre ha sido así y nunca ha pretendido engañar sobre la imagen que quería transmitir.

Putin no libra una batalla ideológica

De acuerdo a la lectura de Díaz Robredo, Putin es “una persona determinada hacia sus objetivos personales, estable emocionalmente”.

A lo largo de sus años de mandato ha cultivado una imagen prototípica de hombre ruso con sus aficiones deportivas, su gusto por la caza y la vida salvaje y su aprecio por los valores morales de la nación rusa. Y ese liderazgo le ha hecho merecedor del crédito de los votantes y oligarcas rusos en repetidas ocasiones, o al menos eso recogen las encuestas oficiales de las diferentes elecciones.

Tampoco es nueva la pretensión de Putin de recuperar un peso importante en el espacio internacional para su país. No solo mantuvo la influencia sobre los países extintos de la antigua URSS sino que, más allá, intentó realizar nuevos acercamientos a Latinoamérica (Venezuela o Brasil) y más recientemente incluso a su anterior enemiga, China.

Con Occidente también hubo un momento de florecimiento de relaciones, sobre todo a raíz de los atentados del 11-S en Nueva York hasta fechas relativamente recientes. El aparente cambio que observamos en Putin en la actualidad es pragmatismo puro, donde la causa (de nuevo el papel de Rusia, su seguridad y defensa) justifica los medios. Lejos están ya las viejas batallas ideológicas. Putin lucha por la primacía de su país.

En cambio, sí que hemos podido observar algunas innovaciones recientes en las maneras del dignatario que pudieran confundirse con debilidad o sentimientos de empatía social hacia Occidente. El gran incremento del gasto en los medios de comunicación, principalmente a través del canal público RT, indica una preocupación cada vez mayor por transmitir a la opinión internacional la visión del mundo según el Kremlin.

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Además, uno de los discursos más recientes de Putin, el discurso de final del año 2021 ante los medios de comunicación occidentales, ante agencias como “Sky News” (británica), mostraba un discurso victimista, que buscaba la empatía del ciudadano occidental ante la gran amenaza que a su juicio se cernía ante Rusia debido a la OTAN. Por entonces, hace ya dos meses, algunos señalábamos estas actitudes alejadas del discurso agresivo y militarista como sorprendentes y que desprendían una cierta manipulación emocional de la opinión pública occidental.

Hoy tristemente estas suposiciones se han desvelado como ciertas. El ejército ruso avanza lenta pero decididamente hacia Kiev con una impresionante maquinaria de destrucción. Los esfuerzos de Putin por influenciar a la opinión internacional afortunadamente no han tenido efecto salvo en minorías claramente anti OTAN.

Y vista la ineficacia de los ataques quirúrgicos y rápidos de las fuerzas armadas rusas de los primeros días de invasión, Putin previsiblemente volverá a su estrategia de siempre: objetivos claros y concretos, uso de toda la fuerza necesaria y determinación hasta que la patria rusa consiga sus fines. Al fin, el lobo muestra su piel de lobo.

Luis Ángel Díaz Robredo, Doctor en Psicología Clínica, Universidad de Navarra

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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