La salud de Diego (y la nuestra)
Maradona fue siempre igual: vida genial dentro de la cancha, vida de derrumbe fuera de ella. Es un sinónimo perfecto de la Argentina al palo.
Gerardo "Tato" Young
8 de noviembre de 2020

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Nos pasan la lista:

Quetacina, Zolpidem, Lorazepam, Lamotrigina, Venlafaxina, Aines.

Todo aplicado en altas dosis. Cada día de sus días. Es lo que consume Diego Armando Maradona. El Diego. El Diez. Parece de locos, pero en esa lista está toda la farmacología psiquiátrica. Antiepilépticos, antipsicóticos, ansiolíticos, estabilizadores del ánimo, antidepresivos. ¿No es acaso el trauma argentino lo que cabe en ese cuerpo?

Así, multidrogado, llegó Maradona a la clínica Olivos, para operarse de un hematoma subdural. La operación, sabemos, fue exitosa. Pero ahora hay que limpiarlo. Si es posible. A las pastillas se le suma el alcohol, consumido también en altas dosis, y vaya uno a saber qué cosas más.

El dramático estado de salud de Diego nos invita, siempre, al paralelismo. Maradona fue siempre un sinónimo perfecto de la Argentina al palo. Lo fue cuando con su talento infinito nos regaló la gloria junto al heroísmo colectivo que le habilitaba El narigón Bilardo. El técnico preparaba el banquete y él lo devoraba. La Argentina salía de la dictadura con la primavera democrática. Ni siquiera la hiper ni los alzamientos carapintadas parecían capaces de angustiarnos del todo. Con la democracia se comía, se educaba, se curaba. Pero ojo, también se quemaban cerebros.

El Diego fue siempre igual: vida genial dentro de la cancha, pero una vida de derrumbe fuera de ella. Cocaína y descontrol para sortear los alocados años noventa, cuando el país pasaba sin vaselina a la economía global; alcohol a rabiar un poco más tarde, cuando el corazón casi se le revienta, para esperar la llegada y el devenir del kirchnerismo. Tanto descontrol (omo el económico) vino acompañado de una retórica cada vez más anacrónica, la del tatuaje del Che y los escenarios chavistas.

Se fue a Dubai, a México, volvió a casa con el macrismo, para hacerle frente a los liberales en el nombre de lo nacional y popular. En la valija de viaje ya cargaba con toda la batería de pastillas. No era vivando por Maradona que se hacía patria.

En estas horas El Diego sigue internado en la clínica Olivos. Los médicos hablan de crisis de abstinencia y repasan la lista de fármacos. ¿Se le puede retirar al menos una de tantas pastillas? Difícil, sino imposible. Todos saben que el daño ya está hecho. Su corazón y su cerebro están agotados, marchitos. Aquello que fue, el barrilete cósmico, sobrevive de milagro. Y no puede elegir irse a vivir a otro lado, ni votar mejor, ni ejercer mejor su ciudadanía, ni animarse a dar las discusiones que hacen falta, ni dejar de jugar con relatos de fantasía. Definitivamente, lo suyo es más real que lo nuestro.

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