El hombre que dibuja el fútbol
Figuritas, cromos, estampas, láminas, stickers o monitos. Fueron “juntadas” con fruición por los chicos hispanos. Hoy, son el objeto del deseo de los coleccionistas de todo el mundo. Jorge de los Ríos es el dibujante de algunas de las series más creativas y memorables de jugadores y personajes infantiles. Lo comparan con Walt Disney.
Pablo Calvo
11 de agosto de 2020

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Por Pablo Calvo

pablincalvo1968@gmail.com

Jorge de los Ríos tiene nombre de cantor, canas de sabio y silueta de jockey, pero el talento está en sus manos. Son manos finas, dóciles, con arrugas pero sin callos. Y tienen una habilidad única: dibujan figuritas.

El hombre ya tiene 79 años y ha logrado mantener la atención de tres generaciones de argentinos apasionados por el fútbol, las revistas infantiles y las estrellas de la televisión.

Su tablero inclinado es como el de la NASA, lleno de lápices, tintas y papeles granizados de colores. Su picardía va más allá: al entrenador Carlos Salvador Bilardo, conocido en su tiempo de gloria como “Narigón”, lo retrató de perfil y el marco de bronce necesitó de una extensión rectangular en la zona de la protuberancia.

La caricatura, esa exaltación de rasgos para hacer reír, es el fuerte de Jorge de los Ríos, quien prepara un café en su departamento de Villa del Parque, barrio de plazas al noroeste de la Ciudad de Buenos Aires, y se alista a desplegar sorpresas del pasado.

Plancha original de figuritas de jugadores del fútbol argentino.

“Estas planchuelas te las pagan 2.000 dólares, pero a mí me gusta tenerlas como recuerdo de mi trabajo y de una época feliz”, dice con los labios y exhibe con sus palmas.

Son láminas completas de figuritas sin troquelar, con ídolos de todo el mundo, a la espera de que alguien los recorte, los libere del molde de cartón y los lleve a jugar.

Asoman las estampas de Diego Maradona y Mario Kempes, de Ricardo Bochini y Héctor Scotta, del Loco Gatti y el Pato Fillol. Parecen estar en medio de un partido y lucen a pleno los colores de sus camisetas, por más que estén archivados en blanco y negro en viejos videotapes.

El túnel del tiempo enciende las luces. Hay jugadas memorable de Boca y Ríver, vueltas olímpicas de San Lorenzo, trenzadas de Independiente y Racing y hazañas de la Selección Argentina.

El trazo de Jorge les da vida y el bisturí artístico les quita las telarañas de la desmemoria. ¿Quién fue Jorge en el momento cúspide de sus 54 años de carrera? Fue el dibujante fantasma del animador español Manuel García Ferré. Un guante de seda detrás de una mente brillante. Una sociedad para el entretenimiento, gigante en tiradas de ejemplares, que se expandió por el espacio y el tiempo.

El álbum de cromos de la revista “Anteojito” dibujado por De los Ríos para el Mundial de Fútbol de 1994.

Testimonios de la época aseguraban que García Ferré, equiparado en despliegue y creatividad con Walt Disney, llegaba a vender un millón de ejemplares por semana, contando sus cuatro publicaciones. Y que como se quedaba con un dólar por revista, cada siete días recaudaba un millón de dólares.

En madrugadas de cigarrillo y café, De los Ríos hizo 1.500 tapas de la revista Anteojito, 300 portadas de la guía Canal TV y miles y miles de cromos, además de delinear travesuras de Petete, Trapito y Calculín, tres entrañables personajes para los más chicos.

En su esplendor de los años ’60, ’70 y ’80, no había Play Station, cascos de realidad virtual ni juegos en red. Los chicos competían a ver quién tiraba más lejos figuritas redondas que tomaban comba en vuelo si se impulsaban por un mecanismo de catapulta formado por el dedo índice, el mayor y el pulgar. Era una habilidad que se agudizaba en los ratos libres y en los recreos de la escuela.

La época en que se hacen los amigos, con fútbol y figuritas. Photo by Pixabay on Pexels.com

De los Ríos ilustraba también tarjetones rectangulares y chapitas de hojalata troqueladas. Y no se ceñía a futbolistas: cada tanto aparecía en el tebeo Frank Sinatra con sus faroles celestes, Los Cinco Grandes del Buen Humor o Carlos Gardel con su sonrisa transoceánica, porque daba la impresión que se estiraba desde Buenos Aires hasta París.

Era un destreza al servicio de la diversión, con un estilo que variaba y, a veces, sorprendía, como cuando hizo a un atacante apodado “El Loco” Doval con la impronta y el uniforme de Napoleón.

El padre de Jorge había sido militar. Pero, lejos de tradiciones antiguas, el teniente Rufino de los Ríos apoyó la vocación artística de su hijo y hasta puso plata para una de sus tantas aventuras editoriales.

Había que hacer una revista especial de River Plate, el cuadro de sus amores, que llevaba tres puntos de ventaja y se encaminaba a conquistar el campeonato. Pero Boca acechaba de atrás y levantaba en eficacia. Jorgito tenía la banda roja en el alma pero el instinto de supervivencia a la custodia de su bolsillo, así que tomó precauciones.

Los clásicos rivales llegaron a la última fecha del torneo cabeza a cabeza, pero River iba un punto arriba y era favorito. Bajo la presión del cierre, Jorge no durmió. Pensó sus próximos pasos, repasó las formaciones de los equipos, hizo cálculos y separó el sentimiento del negocio. Entonces se la jugó: en vez de lo que le habían encargado, dibujó una revista completa dedicada a Boca, el escolta, con póster incluído.

Y pasó lo que intuía: Boca salió campeón con 50 puntos, River, segundo con 49, y Rufino y Jorge vendieron 40 mil ejemplares, un golazo de media cancha. El acierto comercial fue un consuelo de la desazón deportiva.

Se terminan las masitas en la casa de Jorge, que cuida como oro sus frágiles pulmones. Regala una figurita y la firma debajo, con entusiasmo de Rembrandt. El último recuerdo intenta rescatar la ilusión que generaba en los chicos la proeza de llenar el álbum de figuritas. Eso permitía ir a cambiarlo por un pelota, que a su vez servía para jugar partidos con amigos, hacer goles maravillosos y compartir alegrías.

Pero Jorge lo mira desde otro lugar. Y suelta una frase que sacude: “Yo creo que esos nenes coleccionistas se arrepintieron. Está bien, una pelota es una pelota. Pero se quedaron sin las figuritas, sin sus cracks, sin mis dibujos… ¿Sabés lo que darían por reencontrarse con el álbum que los acompañó en la infancia?”.

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