Cuando Colón conquistó la Luna
La extraordinaria vida de Chris Kraft, el legendario director de vuelo de la NASA. Estuvo a cargo de enviar las naves al espacio por 25 años, desde los primeros viajes orbitales hasta el alunizaje de la Apolo 11.
Luis Sartori
16 de noviembre de 2021

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Los hijos superan a los padres. Muchas veces… pero no siempre, sobre todo cuando cargan con la piedra de un apellido potente.

No hubo superación -por ejemplo- con los herederos de Chaplin, Lennon, Mercedes Sosa ni Fangio (es cierto, la vara había quedado un poquito alta). Pero sí se dio en el caso que trata esta nota.

Y eso que el personaje de la historia no la tuvo fácil: desde el vamos su propio padre ya venía marcado por la épica de un nombre impactante. Ese padre había nacido en Nueva York en octubre de 1892, a cuatro siglos del descubrimiento de América. Justo el mismo día que inauguraban la estatua a Cristóbal Colón en lo que luego sería Colombus Circle, pegado al Central Park y a la diagonal Broadway. Apenas a 12 cuadras de donde precisamente Lennon recibió cuatro disparos mortales el 8 de diciembre de 1980, esa rotonda famosa es el kilómetro 0 -o milla 0- de la Gran Manzana.

¿Cómo llamaron entonces los abuelos -inmigrantes alemanes y pobres- al padre del personaje de esta historia? Christopher Columbus Kraft. Homenaje al Colón original, aquel italiano navegante, cartógrafo y almirante al servicio de la Corona de Castilla que buscaba el Lejano Oriente (las Indias) por el oeste de Europa, y que se tropezó con el Nuevo Mundo al llegar a la isla de Guanahani, en las Bahamas; que hizo otros tres viajes por el Atlántico a América; que fue virrey y gobernador general de las Indias Occidentales; y que murió millonario en Valladolid a los 54 años. Con la mochila del descubridor de América sobre sus espaldas, nada menos, la vara quedaba algo así como inalcanzable para el neoyorquino.

El primer Cristóbal Colón norteamericano del que se tiene registro sobrellevó como pudo su nombrecito, y también una vida con complicaciones. No por carencias ni por el trabajo -fue empleado en finanzas- sino a causa de una enfermedad mental que lo llevó al hospital en forma periódica. Con su esposa Vanda, enfermera, engendraron un hijo único, al que no tuvo mejor idea que regalarle sus dos nombres de pila, con la secreta esperanza de los padres en un futuro venturoso para sus hijos. Y fue ese varón, sí, quien resultó tocado por la varita mágica de un destino grande. Enorme como la distancia entre la Tierra y su satélite natural la Luna, que -como director de vuelos de la NASA y en una hazaña coral, claro- conquistó en 1969 para hacer honor a su nombre (y de paso a su padre).

“¿Puede un nombre influir en el curso de una vida?”, se preguntó el hijo en sus memorias. Y respondió: “He tenido casi un siglo para reflexionar sobre esa cuestión. Creo que con un nombre como Christopher Columbus Kraft Jr., parte de la dirección de mi vida se estableció desde el principio”.

Y como bonus, también vigorosos genes alemanes parecen haber aportado lo suyo: kraft significa fuerza, energía, poder.

Kraft, de saco claro, y otros funcionarios de la NASA en el centro espacial en Houston encienden habanos en 1969 para celebrar el exitoso aterrizaje lunar de la Apolo 11. Crédito NASA / Reuters

Su principio -el km 0 de esta historia- fue el 28 de febrero de 1924, cuando Colón junior nació en Pheobus, Hampton, Virginia. De niño y adolescente, este pisciano tocó en un grupo de tambores y cornetas de la Legión Americana e incluso fue campeón estatal de corneta.​ También jugaba al béisbol, un deporte que practicaría en la universidad, y a veces se metía en peleas. Alcanzó la mayoría de edad durante la II Guerra Mundial, pero una lesión en la mano derecha cuando tenía tres años (se la había quemado en un incendio) le impidió alistarse en la Marina, como hubiera preferido. 

Entonces, si no podía ir al frente de batalla, iría al frente del aula: se inscribió en ingeniería aeronáutica, una nueva disciplina en la Virginia Tech, en 1942, a sus 18. Uno de los profesores estaba entusiasmado con los aviones y lo alentó a hacer un curso de aerodinámica básica. Ese hombre fue su ángel de la guarda. “Yo era jugador de béisbol. Los aviones no me interesaban ”, dijo Kraft muchos años después. “Los había visto volar sobre mí y había ido a espectáculos aéreos, pero nunca me interesaron. Ese profesor de Virginia Tech me interesó en los aviones”.

En 1945 se licenció en ingeniería aeronáutica, uno de los primeros títulos de ese tipo otorgados por la Tech. Luego aceptó un trabajo en la compañía de aviones Chance Vought, pero también envió una solicitud al Comité Asesor Nacional de Aeronáutica (NACA). A su llegada a Chance Vought, le dijeron que no podía ser contratado sin su certificado de nacimiento, que no había llevado consigo. Descontento con la burocracia, aceptó una oferta del NACA y comenzó a trabajar en la división de investigación de vuelo en Langley, Virginia, cerca de la casa de su infancia, donde ayudó a probar aviones y fue sumando millajes de experiencia año tras año.

El 4 de octubre de 1957, el vuelo del satélite Sputnik de la URSS lo cambió todo. Herido porque sintió que Moscú le había mojado la oreja, el 29 de julio de 1958 el presidente Dwight Eisenhower creó la NASA para pelearle la Guerra Fría a los soviéticos también en el espacio. Y el NACA, con el Langley Research Center y su plantel completo, se convirtió en parte de la NASA. En ese instante, a sus 36 años, la carrera de Chris Kraft comenzó a despegar.

Ingeniero aeroespacial pionero, en un momento en el que no existían reglas ni técnicas para los viajes más allá de la Tierra, él diseñó lo que se convertiría en el programa Mercury, la primera misión espacial tripulada norteamericana: armó el plan de vuelo; organizó el lanzamiento, vuelo y aterrizaje de las cápsulas espaciales; imaginó qué señales necesitarían los astronautas a bordo. Supervisó cada detalle.

“En el proyecto Mercury, comenzamos con un grupo de trabajo espacial de 35 personas, ocho de las cuales eran secretarias”, recordó aquel tiempo de precariedades. “Los que salimos del NACA éramos tipos inteligentes. Éramos gente muy capaz. Pero no sabíamos nada sobre cómo volar en el espacio”. Las seis misiones Mercury tripuladas -entre 1961 y 1963- lograron colocar una pequeña cápsula de un solo hombre en órbita baja. Alan Shepard fue el primer norteamericano en viajar al espacio en 1961 y John Glenn fue puesto en órbita en 1962.

Kraft en su puesto de director del centro de control de la NASA, durante una simulación de vuelo en 1965. Crédito NASA

Rápidamente logró una reputación de precisión y perfección. Por eso también se encargó de redactar las reglas para gobernar la toma de decisiones durante los vuelos al espacio: su “manual de instrucciones” para cada misión de la NASA era más voluminoso que la bien gorda guía telefónica de Nueva York de aquellos tiempos.

Él originó el concepto de control de la misión, con la autoridad bajo el mando de un director de vuelo en tierra y no de un piloto-astronauta que literalmente “vuela” por el espacio a 7 millas por segundo abrumado por las presiones, sobre todo durante el lanzamiento o el reingreso. También desarrolló las coordenadas para una generación de exploración espacial: redes de comunicaciones y rastreo mundiales; instrumentos para monitorear el estado de los astronautas; sistemas operativos y de propulsión de naves espaciales; planes de vuelo; procedimientos de emergencia; caminatas espaciales y en la Luna; técnicas de amerizaje y recuperación en el mar; incluso programas para capacitar y coordinar el trabajo de miles de personas aquí abajo, en la Tierra.

En resumen: fue uno de los ingenieros fundadores de la NASA, su primer director de vuelo, y un arquitecto clave de los programas que colocaron a los astronautas en la Luna y en los primeros transbordadores espaciales reutilizables.Dirigió los primeros viajes orbitales piloteados de Estados Unidos, supervisó el aterrizaje lunar de la Apolo 11 y fue director del Centro Espacial Johnson en Houston. Durante 25 años, desde los albores de la era espacial a fines de los 50 hasta el umbral de los lanzamientos casi rutinarios en la década de 1980, Kraft desempeñó un papel crucial en el programa espacial.

Aparte de los astronautas que hicieron historia -Shepard, con su vuelo suborbital; Glenn, al orbitar la Tierra; y Neil Armstrong y Buzz Aldrin, los primeros en aterrizar en la superficie lunar- Kraft fue la cara más familiar de los primeros años de la Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio, el comandante en tierra firme que explicaba las misiones en conferencias de prensa a un mundo absorto.

Ante cientos de periodistas como portavoz de la NASA en las primeras misiones, primero en Cabo Cañaveral, Florida, y luego en Houston, Texas, parecía un tecnócrata apacible y de voz suave. El 27 de agosto de 1965 la revista Time lo puso en tapa, en un dibujo muy bien logrado, absorto ante la pantalla de su puesto de control. Lo destacaban como “el conductor en un puesto de mando” (al frente de un equipo que llegó a sumar 400.000 personas en el auge del programa Apolo, como “sujetar un tigre por la cola” como él mismo definió). Kranz comparó: “El director no puede tocar todos los instrumentos, es posible que ni siquiera pueda tocar ninguno de ellos. Pero él sabe cuándo debería tocar el primer violín, y sabe cuándo las trompetas deben sonar fuertes o suaves, y cuándo debe tocar el tambor. Mezcla todo esto y sale la música. Eso es lo que hacemos aquí”. En 1966, la nueva escuela primaria de su ciudad natal de Hampton, fue bautizada en su honor.

Kraft, a la derecha, junto a la tripulación de la Apolo 11, Buzz Aldrin, Michael Collins y Neil Armstrong (de izq. a der.) en el Museo Nacional del Aire y el Espacio en Washington en 2009, para honrar el 40 aniversario del primer aterrizaje lunar. Crédito Bill Ingalls / NASA

En la sala de control de las misiones espaciales, que no tenía ni una ventana, el jefe de voz suave se convertía en un capataz directo, que exigía obediencia y precisión a los subordinados y astronautas. Con los auriculares puestos, masticando un cigarro, sentado en una silla giratoria en la consola del director de vuelo rodeado de ingenieros en sus computadoras y 17 pantallas de proyección, absorbió con frialdad la avalancha de datos entrantes y tomó decisiones difíciles -de “ir, no ir”- durante las cuentas regresivas del lanzamiento, en los puntos de separación del ascenso de cohetes de varias etapas y en otros momentos críticos en los vuelos.

Fue un líder omnipresente durante el apogeo de la agencia espacial en la década del 60, que se había sentido “anonadado” el día de 1962 cuando el presidente John F. Kennedy declaró la prioridad nacional de enviar compatriotas a la Luna para fines de aquella década (el 12 de septiembre, en la Universidad de Rice, en Houston, precisamente, un año largo después de que Moscú les había vuelto a mojar la oreja con Yuri Gagarin, el primer vuelo de un ser humano en el espacio).

-¿Qué pasó por su mente cuando JFK dijo que EE.UU. iría a la Luna antes de que terminara la década?, le preguntaron muchos años después.

“Bueno, inicialmente pensé que era un temerario. Cuando el Presidente dijo eso me dejó anonadado. Creí realmente que estaba fuera de nuestro alcance, sobre todo porque yo no había pensado en eso. No sabía cuáles podrían ser los problemas de radiación en la Luna. No sabía lo que los astronautas podrían enfrentar desde un punto de vista humano. No sabía cuál era la superficie de la Luna. No sabía cuáles eran los requisitos de energía. No sabía cómo iríamos desde el punto de vista del plan de la misión. Y nos tomó casi dos años darnos cuenta de todo eso… y convencernos de que teníamos un plan.

Pero evidentemente se sobrepuso a tamaña sorpresa (y responsabilidad sobre sus hombros), y desempeñó un papel crucial en los tres pasos hacia la Luna:  las misiones espaciales Mercury (puso astronautas en órbita, terminó en 63), Géminis (desarrolló tecnología para alunizar, 63-66) y Apolo (alunizó, 61-72). En una era de experimentos peligrosos acelerados por los iniciales éxitos soviéticos, también se quedó indefenso cuando un incendio mató a tres astronautas en una plataforma de lanzamiento en 1967, pero ayudó a idear el ingenioso plan que salvó a la tripulación de la Apolo 13 después de que una explosión paralizó su nave espacial en ruta a la Luna en 1970.

Durante sus años en la NASA nunca vio despegar un cohete, excepto en los monitores de televisión. Tampoco solía dirigirse a sus astronautas. Un “comunicador cápsula” transmitía sus instrucciones, aunque salía al aire para dar énfasis a sus órdenes, intervenir en emergencias y bromear para disipar tensiones. Su voz transmitía una confianza inquebrantable, pero por dentro vibraba de otro modo: un cirujano de vuelo midió su pulso durante uno de los despegues y el resultado fue de acelerados 135 latidos por minuto.

Un estilo de gestión exigente y, a veces, intimidante: cuando el astronauta Edward White, de la Géminis 4, se quedó disfrutando del paisaje durante la primera caminata espacial norteamericana en junio de 1965, Kraft se adueñó del sistema de comunicaciones y le ordenó, seco: “¡Volvé!”. El programa Géminis demostró que los astronautas podían permanecer en el espacio el tiempo que les llevaría llegar a la Luna y regresar.

La NASA lo trasladó a puestos más altos con las misiones lunares Apolo. Con sus protegidos Glynn Lunney y Eugene Kranz a cargo de los controles de vuelo, Kraft se convirtió en director de operaciones de vuelo, con la responsabilidad general de los ensayos generales de las Apolo 7, 8, 9 y 10; para el histórico alunizaje de la Apolo 11 el 20 de julio de 1969; y para la Apolo 12, un alunizaje cuatro meses después.

Algunas pinceladas sobre su vida de leyenda:

-Cuando el astronauta Shepard esperaba el lanzamiento en mayo de 1961, a punto de convertirse en el primer estadounidense en salir disparado al espacio, un mes después del triunfo de Gagarin, Kraft comenzó a temblar tan fuerte que no podía ver el micrófono.“Apoyé las manos en la consola y me obligué a sentarme. Fue difícil”, recordó en su autobiografía de 2001, Vuelo: mi vida en el control de la misión”. “Un hombre estaba sentado encima de un cohete. . . el potencial de desastre nunca estuvo a más de un momento de distancia”.

-Se enfrentó con el astronauta Scott Carpenter de la misión Mercury, el segundo estadounidense en orbitar la Tierra, después de que su viaje de 1962 dio un giro aterrador cuando el combustible se agotó y una reentrada difícil terminó en un amerizaje en el Caribe a 250 millas del objetivo previsto. “Estaba ignorando por completo nuestra solicitud de revisar sus instrumentos”, escribió Kraft en sus memorias. “Hice un juramento de que Scott Carpenter nunca más volaría al espacio. No lo hizo”.

-En 1967, Kraft escuchó en una consola de comunicaciones, indefenso, cuando un incendio mortal en la plataforma de lanzamiento mató a los astronautas de la Apolo 1 Virgil “Gus” Grissom, Edward White y Roger Chaffee. A raíz de la tragedia, Kraft y su equipo mejoraron el diseño de la nave espacial reparando el cableado defectuoso para permitir a los astronautas escapar con mayor facilidad si fuera necesario, entre otros cambios. “Cuando ocurrió el incendio, fue un desastre. El hardware estaba mal. La planificación fue mala”, se autocriticó Kraft más tarde ante el Houston Chronicle. “Pero fue lo que finalmente salvó el programa Apolo. Es terrible decirlo, pero es cierto”.

La tapa de la revista Time dedicada a Chris Kraft.

-Apenas un año después, Kraft ayudó a persuadir a Lyndon Johnson para que intentaran una atrevida órbita lunar, unos meses antes de lo previsto, para la misión Apolo 8. Los astronautas Frank Borman, Jim Lovell y Bill Anders serían los primeros en escapar de la gravedad de la Tierra, los primeros en encontrar y escapar de la gravedad de la Luna y los primeros en ver el lado oscuro de la Luna. La misión resultó un enorme éxito, con la tripulación orbitando la Luna en Nochebuena y leyendo los diez versos iniciales del Libro del Génesis en la transmisión televisiva más vista en la historia hasta entonces. Los astronautas fueron nombrados los “Hombres del año” en 1968 por la revista Time. “Lo primero que tenía que hacer era convencerme de que sabía de qué estaba hablando. Y luego convencí a todos, hasta el presidente de los Estados Unidos, de que sabía de qué estaba hablando. Eso fue todo un desafío”. Kraft diría con el tiempo que aquélla fue, de todas, su misión al espacio favorita y la decisión más valiente e importante de todo el programa espacial de la época.

-Kraft estaba en la sala de control cuando los controladores que había entrenado llevaron a Armstrong y Buzz Aldrin de la Apolo 11 a la superficie de la Luna el 20 de julio de 1969: cumplían la promesa de Kennedy. En el clímax del descenso del módulo a la superficie lunar, Kraft estaba en el control de la misión y consultó de urgencia con Kranz cuando, minutos antes del aterrizaje programado, sonaron las alarmas informáticas: amenaza de desastre. El mundo no supo nada hasta que Kraft reveló el incidente -recién días después- y le dio crédito al equipo de Kranz por resolverlo. “La computadora estaba en el borde irregular”, dijo. Cuando se le preguntó si el equipo había estado preocupado, respondió: “Tenés toda la razón”.

-En abril del año siguiente, cuando la Apolo 13 quedó paralizada por la explosión de un tanque de oxígeno otra vez en camino a la Luna, Kranz lo llamó al control de la misión. Y Kraft presidió una reunión de altos directivos, que idearon un plan de rescate con el módulo de excursión lunar como un “bote salvavidas” para salvar a la tripulación, como dramatiza la película de 1995 “Apollo 13”. Kraft se opuso a la descripción que hizo Hollywood del episodio, en la que el director Kranz fue interpretado por un Ed Harris con chaleco.“Estaba justo encima del hombro de Gene (Kranz) y él no era tan dramático”, dijo a USA Today. Fue la misión que eternizó la frase del comandante Lovell: “Houston, tenemos un problema”. Aunque él la dijo así: “Houston, hemos tenido un problema aquí”. El “aquí” era un punto en el abismo espacial a 320.000 kilómetros de donde lo estaban escuchando.

Los buenos pasos dados en los 60 y los 70 llevaron a la NASA a proyectar que enviaría hombres a Marte en 1985; sin embargo, una ola de recortes presupuestarios puso fin a los aterrizajes lunares después de 1972. Justo este último año, Kraft había sido nombrado director del centro de naves espaciales, renombrado como Centro Espacial Johnson en 1973. Ocuparía el cargo durante una década.

A pesar de los recortes, Kraft mantuvo el enfoque en la exploración. Además de supervisar las restantes misiones Apolo, desempeñó un papel vital en el éxito de la primera estación espacial tripulada, Skylab (lanzada el 14 de mayo de 1973); el proyecto de prueba Apolo-Soyuz (con los soviéticos, el 15 de julio de 1975); y los cuatro vuelos iniciales del transbordador espacial Shuttle, el primer vehículo orbital tripulado reutilizable, en 1981 y 1982, que inspiró a muchos estadounidenses a soñar con el regreso de los vuelos tripulados.

En 1982 decidió que era hora de retirarse de la NASA. Y se jubiló. Tenía apenas 58 años

La restaurada Sala 2 del Centro de Control de Misión de Naves Espaciales, “Houston” para los astronautas de las misiones Apolo, tal como era julio de 1969, desde el puesto de comando de Christopher Colombus Kraft Jr. Había sido desmantelada en 1992 y se la revivió con sus detalles originales “retro” justo a tiempo para los 50 años del primer alunizaje. No tenía ventanas. Lleva su nombre. Crédito NASA

Lejos estuvo de aminorar la marcha. Después de su jubilación se quedó en Houston como consultor de varias empresas de la industria, incluidas Rockwell International e IBM, mientras se agigantaba como referente ineludible y se iba convirtiendo en leyenda. En 1994 y 1995 dirigió un equipo de revisión de la NASA que recomendó entregar las operaciones del transbordador espacial a un contratista privado.

En 2011, la NASA renombró en su honor el salón de Control de Misión, que es Monumento Histórico Nacional: desde entonces se llama Christopher C. Kraft Jr. El entonces director del Centro Espacial Johnson, Michael Coats, dijo que la vida de Kraft era un testimonio de su sueño de exploración espacial: “Es un pionero del espacio sin el cual nunca hubiéramos escuchado esas palabras históricas en la superficie de la Luna: ‘Houston. Base de la Tranquilidad aquí. El águila ha aterrizado.’ Esas palabras efectivamente pusieron a Houston, y a este edificio detrás de nosotros, en el mapa intergaláctico para siempre”.

Clear Lake, también conocido como el Área de la Bahía, es un distrito residencial texano frente al mar que alberga el Space Center Houston, donde los astronautas dan charlas y hay exhibiciones interactivas que exploran los programas y descubrimientos de la NASA. En ese barrio para él muy familiar, Kraft fue atenuando la velocidad de su larga vida. Allí tuvo en un momento que renunciar a su amado golf, el deporte que sustituyó al béisbol en sus años maduros: la oficina en el primer piso de su casa tenía menos recuerdos espaciales que fotos de él con golfistas famosos.

En esa época, en el otoño de su vida, miró para atrás y evaluó con acidez aquellos “años dorados” de la NASA, en una entrevista para una serie de televisión. “Hicimos mal lo de la Apolo. No deberíamos haberlo hecho como lo hicimos sino de una manera más gradual en el desarrollo de vehículos. Nos hubiera permitido hacer mucho más, en lugar de llegar al final, detenernos y decir: ‘Estoy terminado’. En cambio, todo lo que tenemos ahora son unos cohetes grandes y un módulo de comando. Aquella no fue una muy buena inversión. (…) Pero no tuve otra opción”.

Se había convertido en un duro crítico del enfoque de la agencia sobre los vuelos espaciales tripulados, que buscaba replicar el modelo de exploración de la Apolo con un cohete grande y una cápsula. Lo irritaba la idea de que el cohete Space Launch System tomaría los motores principales reutilizables del transbordador, los usaría una vez y los desecharía en el océano. “Vas a quemar esos motores y tirarlos”, le dijo a su entrevistador. “Dios mío, no podés hacer eso muy a menudo a menos que tengas mucho dinero”.

La autobiografía que Kraft publicó en 2001.

Creía que la NASA no debía intentar competir con el sector privado cuando empresas como SpaceX ya habían comenzado a demostrar que eran bastante buenas construyendo cohetes. Creía, también, que el hombre no llegará a Marte “ni en los próximos 50 años”.

Aunque nunca había sido piloto ni astronauta, el Salón de la Fama de la Aviación lo incorporó en 2016, quizás el reconocimiento que le llegó con mayor atraso.

Después de dejar de jugar al golf, continuó haciendo algo de ejercicio y se dedicó a salir a caminar por el shopping del barrio. Entonces, en los últimos años, se vio a un hombre mayor, de baja estatura, con el cabello blanco peinado hacia atrás, que deambulaba por Baybrook Mall.

Al cabo de una vida fructífera y longeva, murió en Houston el 22 de julio de 2019, a los 95. Habían pasado dos días del 50 aniversario de la llegada del hombre a la Luna. Su esposa Betty Anne Turnbull (su novia de la escuela secundaria, se casaron en 1950) y sus hijos Kristi Anne y Gordon propusieron, en lugar de que se enviaran flores a su funeral, hacer donaciones a la Iglesia Episcopal St. Thomas, de Houston, o a la Astronaut Scholarship Foundation, de Orlando. El entonces administrador de la NASA, Jim Bridenstine, resaltó ese día: “Estados Unidos en verdad ha perdido un tesoro nacional”.

Cápsula del tiempo colocada en honor de Kraft en el Air Power Park en Hampton, Virginia, años antes de la llegada a la Luna. Será abierta un siglo después.

Irónicamente, este hombre clave para llevar a los humanos tan alto, tan lejos y tan rápido dijo alguna vez que la única forma en que se habría aventurado a lanzarse al espacio hubiese sido “anestesiado”. Pero no fue necesario. Él mismo lo explicó: “En todos los vuelos volé indirectamente. No tuve que ir”.

Y -al fin y al cabo rendido a la inmortalidad de sus dos nombres de pila- se ve que nunca dejó de percibir el hilo de plata que, a través de él, unió la era de los vuelos espaciales con la era de los viajes del navegante homónimo que ensanchó el mundo: la cerradura de su habitación en el centro espacial de Houston tenía la combinación 1492.

Personajes

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