La “correcaminos” de la hiyab
La doctora emiratí, Khawla AlRomaithi, desafió al Covid y marcó el récord del viaje más rápido por los siete continentes en sólo 3 días 14 horas 46 minutos 48 segundos.
Luis Sartori
28 de diciembre de 2020

Tal vez también te interese

El Coronel no tiene quien le escriba

El misterio del supuesto militar que manejó la carrera de Elvis Presley y lo convirtió en el cantante más famoso de su época. ¿Quién era Tom Parker? ¿Era militar? ¿Era un agente encubierto de la CIA? O era simplemente un impostor.

Una dama de hiyab perpetuo sobre su cabeza y rostro a sonrisa plena, profesional exitosa y madre desde muy joven, fue la inesperada correcaminos que escapó a mayor velocidad del virus planetario malparido y maldito en este 2020 que al fin se va.

Ella gambeteó al coyote de la enfermedad a lo Maradona con Inglaterra, y -como el dibujo animado- a velocidad máxima. Pero sin botines y sobre ninguna ruta: lo logró brincando de avión en avión.

Cuando el Covid 19 estaba causando estragos todavía no del todo evaluados en una ciudad china hasta entonces desconocida, empezaba a atacar a mansalva el sur de Europa, casi toda superficie común y ser viviente eran sospechados de transmitir la enfermedad, y el mundo entero se asomaba a una parálisis jamás vista en la historia, la grácil Khwala al Romaithi no se achicharró y -mujer tenaz, determinada- siguió adelante con su objetivo loco.

En medio de una creciente incertidumbre mundial trajinó aeropuertos, abordó naves, compartió asientos, subió y bajó su bolso de un portaequipaje tras otro, tomó taxis de ida y de vuelta, caminó cuadras enteras en ciudades ajenas, recorrió sin barbijo geografías a punto caramelo de cuarentenas inminentes. Y volvió a casa, en la opulenta Dubai, sana, salva y con un récord Guinness en su corazón.

La emiratí Khwala lo hizo: unió los siete continentes del planeta jaqueado por bichos microscópicos en apenas tres días, 14 horas y un ratito.

Toda conquista tiene su génesis y la de Khwala se originó allá lejos y hace tiempo, en 2013, al enterarse de que la Exposición Mundial se haría en su emirato natal, en este año redondo e imborrable. Viajera sin remedio, ahí nomás se le ocurrió el paso 1: visitar antes de que culminara la década los 200 países que participarían. Ya había estado en 60; tantos no le faltaban…

Khwala en Gran Bretaña, Santiago de Chile y Sidney.

Esta verdadera mujer de mundo se había salpicado de lo lindo junto a sus hijos en un gomón bajo los saltos de las Cataratas del Iguazú, había trepado con ellos a las alturas de Machu Picchu y en el transcurso de una vida viajera ya elegía sin dudar a la India como su otro país favorito en el mundo: “Me gustan su comida, su cultura, sus películas y su gente”.

A fines de 2019 sacó la cuenta y había visitado los 193 estados que integran la ONU más varios territorios de estatus diversos, como Groenlandia, Gibraltar y la Polinesia Francesa. En total, 206 países y territorios; al trepidante ritmo desde 2013 de 24 sitios por año, es decir dos por mes. Entonces se lanzó al paso 2, siempre un escalón más alto, y comenzó a cranear cómo romper el Guinness de tocar los 7 continentes en menos tiempo. “Viajé mucho, había estado casi en todos lados y acumulaba mucha experiencia. Además soy buena planificando. Por eso me lancé al récord”, contó después de su conquista.

No lo podía adivinar, pero doce meses atrás no tenía mucho margen para preparativos. La pandemia irrumpió con ferocidad aquel diciembre en la ciudad china de Wuhan y pronto comenzó a planear con rapidez por el mundo, abordo de los aviones. De todos modos, ella sabía que no podía pasarse de los meses de “ventana veraniega” en la Antártida. Si buscaba el récord después de febrero corría todos los riesgos de no poder aterrizar en el continente blanco y, entonces, no completar los 7 hitos imprescindibles. Y game over.

Ese récord que buscaba Khwala estaba orgullosamente custodiado por cuatro manos, las de los norteamericanos Kasey Stewart y Julie Berry. Lo habían batido el 16 de diciembre de 2017, por supuesto en el veranito antártico. Se habían propuesto quebrar la marca anterior de 120 horas en 100 o menos, y terminaron tardando 92 y un pucho (de 4 minutos y 19 segundos).

Los estadounidenses Kasey Stewart y Julie Berry mantenían la marca anterior del récord de Guinness.

Kasey de Oklahoma y Julie de Maine son otra historia dentro de la historia. Para empezar, esta pareja -que no era pareja sino unos perfectos desconocidos- apenas había pasado junta menos de 24 horas antes de batir el récord en 92. “Amigos” por Facebook durante años, habían coincidido de casualidad en Nueva Zelanda, como acomodadores de autos en un recital de la galesa Bonnie Tyler en Queensland. Eso ocurrió en enero de 2017, el año en que terminarían batiendo el récord.

Venían solos conociendo mundo y -otra coincidencia- andaban por el principio del tour nómade. Él había renunciado a un puesto de vicepresidente y director creativo en un grupo empresario; ella dejaba atrás la producción televisiva. Ambos, cada uno por su lado, llegaban con el antecedente de haber participado de realities en la tele norteamericana.

La pareja de desconocidos inició la aventura del récord en Sydney y lo terminó en la Antártida, con seis escalas intermedias de entre 3 y 6 horas, salvo la última, inesperada aunque previsible.

Si el mundo fuera como los terraplanistas dicen que es, hubieran comenzado dibujando en el aire una larga diagonal recta -de unos 45º y de derecha a izquierda- hasta Dubai primero y El Cairo después, donde aumentaron el ángulo a 70º para llegar a Francfort (apenas por encima de los 50º de latitud norte). Desde la ciudad alemana trazaron otra línea -recta y en leve caída- para atravesar el Atlántico hasta Toronto, ubicada apenas por debajo de esos mismos 50º. El tramo decisivo representó una bajada casi a plomo hasta Santiago de Chile y, penúltimo paso, Punta Arenas.

Todo era un relojito, hasta que llegaron a la ciudad austral: una tormenta en el destino antártico los atrasó… 20 horas. De lo contrario yo no estaría escribiendo sobre Kwhala.

Sin perder el buen ánimo por el percance climático, como se ve en un video que filmó Kasey, y después de volar dos horas y media a 5.500 dólares por cabeza sobre el Estrecho de Drake, quebraron finalmente la marca: aterrizaron en la Base Frei de la Isla Rey Jorge, la más grande de las Sheltand del Sur. El punto remoto en el mapa donde la pareja batió el récord de velocidad aérea se encuentra en la punta de la Península Antártica, en el lado opuesto a la base argentina Marambio. Y es un territorio en disputa, reclamado al mismo tiempo por la Argentina (que bautizó 25 de Mayo a la isla), Chile y Gran Bretaña. Fin de esta parte de la historia.

Khwala con su record de Guinness.

Khwala buscó y encontró a Kasey y a Julie para tener un relato de primera mano sobre lo que podía esperarle y -doctorada en Francia en estrategia, programación y gestión de proyectos- no dejó pasar por alto el detalle central para fabricar su itinerario: el factor Antártida.

Con el dato del tremendo atraso en Punta Arenas de los norteamericanos, estaba claro que el intento de récord no podía terminar en el continente blanco sino que, todo lo contrario, allí debía comenzar. Y eso hizo Khwala.

“El récord consistía en viajar en forma continuada a través de los continentes, aterrizando al menos en un país por continente”, explicó Khwala. “Tenía libertad para elegir mi itinerario”.

Apenas delineó su hoja de ruta fue en busca de las visas que necesitaba -la consigna era entrar a cada país, no quedarse en tránsito en los aeropuertos- y se aseguró la lista de requisitos para homologar el viaje. Además planificó un plan B, y bien que hizo. 

Mujer de fe musulmana, contó también que “tuve que esperar y rezar por no tener demoras” y, claro, explicó que “lo más difícil siempre ha sido la Antártida, porque el clima es impredecible y puede impactar en los planes. ¡Y en verdad eso fue lo que pasó!”.

De buenas a primeras le informaron que el vuelo al continente blanco había sido a-de-lan-ta-do.

¿Qué había ocurrido? El pronóstico antártico aventuraba tormenta -cuándo no- para el momento en que estaba prevista su llegada. Se había cumplido la Ley de Murphy. Y tuvo que reprogramar la aventura, de cabo a rabo.

“Cuando me avisaron, tenía solo dos horas para improvisar y empacar antes de ir al aeropuerto. Fue un momento muy desafiante: me debatí entre seguir adelante o rendirme, olvidarlo y perder todo el esfuerzo que había puesto en el desafío”.

Khwala estaba ante una prueba de ácido. ¿Qué hizo? “Busqué implacablemente disponibilidad de pasajes de último momento, cambié los que tenía, y reservé dos nuevos destinos para llegar a tiempo. Perdí dinero, pero hubiera perdido mucho más de no haber dado esos pasos y seguir adelante”. Pese al estresazo de última hora, logró mantener una premisa: hacer escala en ciudades con las que estaba familiarizada, y a las que quería volver porque conocía sus sistemas y sabía cuánto tiempo lleva el trámite de inmigración.

Repuesta del shock, a la hora señalada ya estaba en el aeropuerto de Dubai rumbo a Ciudad del Cabo, la única del planeta con vuelos privados semanales a la Antártida. Llegó 48 horas antes de la partida al sur, según lo establece la empresa de viajes de lujo que organiza el tour por un día, el 8 de febrero de este año. Y el lunes 10 voló cinco horas sobre el Atlántico sur -de arriba a abajo, en una tenue diagonal- por no muy módicos 13.500 dólares, hasta aterrizar en Wolf´s Fang. Es una pista privada sobre lo que se llama la Tierra de la Reina Maud, un territorio que reclama Noruega. En ese instante Khwala comenzó a cronometrar su desafío Guinness.

Un viaje planificado hasta el cansancio que le permitió a Khwala recorrer siete continentes en menos de cuatro días.

Caminó por la nieve, se sacó fotos con la bandera de los Emiratos Árabes flameando al viento, abrigada de antártica sonrió para la posteridad y, a las tres horas, embarcó de regreso a la punta de Sudáfrica. Comenzaba su carrera contrarreloj para no perder combinaciones de avión, a pura adrenalina.

Siete horas después, su avión decoló de Ciudad del Cabo hacia el punto inicial, Dubai. Atrás quedaban medio día de hielo y solo mar; ahora venían el verde de Zimbabwe y Tanzania, las sabanas y los desiertos de Kenia y Etiopía, el Mar Rojo y la aridez extrema de Arabia Saudita y los Emiratos. En su ciudad permaneció cuatro horas antes de cambiar de rumbo: en lugar de seguir hacia el este torció al oeste, en sentido contrario a las agujas del reloj. Voló encima de Irak y de Siria, cruzó Turquía y atravesó Europa en diagonal de abajo hacia arriba, desde los Balcanes hasta las islas británicas. Su tercera parada fue Londres, donde pasó cinco horas y media. Entonces volvió a volar sobre el océano para ir bajando hasta Nueva York (escala de seis horas y media) y caer en picada en pos de otros dos altos en Bogotá y Santiago, ubicadas en meridianos cercanos al de la Gran Manzana. Las paradas breves en las capitales sudamericanas le sumaron cuatro horas y media. Hasta Chile (donde se tomó una foto ante un Palacio de la Moneda con vallas), Khwala había enhebrado ya seis continentes por una ruta de bajadas-subidas-bajadas que abarcó apenas un tercio del ancho del planeta. Quedaba el asalto final.

Entonces sí tomó aire para el tramo más largo, otro tercio de los meridianos del planeta, de nuevo hacia el oeste y ahora por encima del Pacífico. La meta: Sydney.

Finamente, al cabo de un largo vuelo de todo un día casi en línea recta y de un total de 9 tramos de avión desde su partida de Dubai, Khwala logró quebrar el récord en Oceanía el 13 de febrero: unió todos los continentes en 86 horas, 46 minutos y 48 segundos. Terminó donde la pareja había comenzado. Una parábola perfecta.

Con determinación y una dosis de buena fortuna, la doctorada emiratí había conseguido -al mismo tiempo que un récord- eludir la nube amenazante de la pandemia. Mientras ella viajaba, el 11 de febrero, se había bautizado el nuevo coronavirus como Sars-Cov-2. Nombre enigmático, sigla temible. Un mes exacto después, el 11 de marzo, la OMS declaró la pandemia.

Justo a tiempo, entonces, la mujer-récord fue y vino a través de los usos horarios, acumuló millas a ritmo de vértigo, soportó climas opuestos y extremos, juntó capas de cansancio; pero apenas sintió algún que otro dolor de cabeza. Previsora, pudo dominarlos. “Cuando estás tan cansada sos propensa a enfermarte. Así que mantuve mi paracetamol y mis pastillas para la garganta a mano en todo momento”.

Con el diario del lunes admite que “fue un viaje difícil que me exigió mucha paciencia, en especial en los aeropuertos, donde tuve que lidiar constantemente con los tickets de avión”.

Khwala en Capetown, Sudáfrica.

-¿Algún “caramelito dulce” durante la experiencia?, le preguntaron.

-La gente que fui conociendo en esta travesía y se enteraba de que estaba intentando un récord fue lo más importante. Ellos me animaron a mantener el ánimo, en los siete continentes. Sentí que varios estaban incluso más entusiasmados que yo. Y muchos me contaron que era la primera vez que conocían a alguien que intentaba un récord Guinness. Ellos fueron la energía que me condujo a la línea de llegada.

A diez meses de distancia Khwala sonríe aliviada: “A pesar de que el Covid estaba ahí fuera, tuve suerte de que no había sido declarado como pandemia. Jamás se me hubiera ocurrido que iría a cambiar el mundo como lo hizo, por lo tanto fui extremadamente afortunada”. 

Y también -nativa de un territorio rico y más abierto al mundo que sus vecinos- lanzó un discurso moderadamente feminista en una región donde los usos y costumbres le reservan a la mujer un lugar secundario: “Estar entre las muchas mujeres de Medio Oriente que pueden inspirar a otras mujeres y generaciones a tener metas ambiciosas es un honor para nuestra sociedad y nuestro país”.

Dubai, “La capital comercial de Medio Oriente”, “La ciudad de oro”, su sociedad, es uno de los 7 emiratos sobre el Golfo Pérsico que forman los Emiratos Árabes Unidos, su país. Fueron zona conquistada por el Islam en el siglo VII, pasaron por manos otomanas, mutaron en “protectorado británico” a partir de 1853, y forman como ciudades-estado los EAU desde 1971. El petróleo (descubierto en Abu Dhabi en 1958 y en Dubai en 1966) derramó riqueza sobre los EAU y, en consecuencia, atrajo población extranjera y aportó mixtura racial y cultural a las tradiciones beduina y árabe: en la ciudad de Khwala, la más poblada de los EAU, viven 4.200.000 personas y hay 89% de inmigrantes, la tasa más alta del mundo en una superficie a mitad de camino entre las que tienen las provincias de Entre Ríos y Corrientes.

“Había escuchado sobre gente de muchas nacionalidades que viaja alrededor del mundo. Pero no es muy frecuente encontrar a una madre árabe haciendo lo mismo. Yo quería que la población de los Emiratos y de todas las nacionalidades que viven aquí sintieran alegría y orgullo”.

El dinero que fluye como un río caudaloso ya le ha dado otros orgullos y más Guinness a Dubai, que tiene el shopping más grande del mundo (el Dubai Mall, de 1.000 m2), el edificio más alto (el Burj Khalifa, de 828 metros), desde octubre último la fuente de aguas danzantes más colosal (la Palm Fountain, de 1.335 m2 y chorros que se elevan 105 metros) y hasta el auto de policía en servicio más veloz, entre otras excentricidades. “Soy una gran admiradora de los Guinness -admite Khwala- y he participado de dos antes de éste. El último, el 18 de octubre de 2018 en Abu Dhabi, donde obtuvimos el récord a la mayor cantidad de parejas unidas con lazos entre sí contra el cáncer. Me gustan los desafíos y todo lo que se necesita para alcanzar el reconocimiento: mucho sudor, sangre y lágrimas”.

Sólo ella sabrá cuánto de cada líquido corporal de la frase de Churchill ha tenido que verter en su vida para criar hijos, y al mismo tiempo, ir edificando una especialización universitaria que llegó hasta un PhD y luego derivó en carrera exitosa. Como haya sido, su esfuerzo para alcanzar esos objetivos fue reconocido también este año, también en febrero.

Khwala en su Dubai natal.

Apenas después de haber batido su récord, el gobierno de Dubai le entregó el Tawteen Award al mejor rol gerencial de supervisión. Lo recibió de manos del primer ministro y mandamás de emirato, el jeque Mohammed bin Rashid al Maktoum, en el palacio presidencial. 

Es el jeque que se zambulló en la diplomacia de las vacunas y se hizo inocular contra el Covid a principios de noviembre, tal vez con una china de Sinopharm, que hizo ensayos en Emiratos, aunque la precisión fue y sigue siendo información rigurosamente preservada en un emirato dominado desde tiempo ancestral por su familia. A mediados de diciembre, su gobierno acaba de aprobar el uso de la vacuna de Sinopharm, qué casualidad, bajo el argumento de que es 86% efectiva, sin más detalles. Emiratos viene domesticando al virus a fuerza de hisopados: lleva hechos 19 millones sobre una población de 10 millones. Hasta el 20 de diciembre registraba 193.575 enfermos (168.995 recuperados) y 637 muertos.

Ya atrás el Guinness, el confinamiento posterior y el inevitable modo pausa al que la obligó la pandemia, mientras su ciudad reprograma la Expo Dubai para octubre de 2021 (1 de octubre al 31 marzo de 2022 son las nuevas fechas), Khwala desenrolla su costado social y sigue pensando en ir por más. Aunque esta vez no se trate de batir otra marca: la mujer récord apunta a integrarse el año próximo a la ONG emiratí Home Makers. “Quiero ayudar -de nuevo se desafía, viajera al fin- en los países que más lo necesitan”.

Crónicas

El mito del voto latino

El mito del voto latino

La última contienda electoral nuevamente mostró la necesidad de diversificar las opiniones en las redacciones. La reportera de ProPublica y el Texas Tribune, Perla Trevizo, explica por qué los medios deben poner atención a las diversas comunidades día tras día, no solo antes de las elecciones.

“La sociedad digital no tiene límites. Hay que abrirse al mundo, verlo como un mercado único”

“La sociedad digital no tiene límites. Hay que abrirse al mundo, verlo como un mercado único”

“Tenemos que generar energía en el cuerpo humano para alimentar pequeños dispositivos eléctricos” afirma Alliance Niyigena, de nacionalidad noruega, nacida en Ruanda y dedicada a la investigación en nuevas fuentes de energía. Tiene 25 años, es exponente de una generación diversa, sin moldes ni atavismos, abierta al mundo, que se preocupa de su cuidado porque es el espacio común.