Disneylandia en la estepa
Astaná/Nur-Sultán, en Kazajistán, acaba de cumplir 20 años y es la capital más joven del planeta. También la más extraña.
G.S.
10 de agosto de 2020

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Astaná/Nur-Sultán, en Kazajistán, acaba de cumplir 20 años y es la capital más joven del planeta. También la más extraña. Tiene una serie de magníficos edificios futuristas más cercanos a un parque temático que a los de las antiguas ciudades europeas o las atiborradas latinoamericanas. Todo es pulcro, flamante, brillante, joven. Es la visión del presidente Nursultán Nazarbáyev, que pasó de ser un dirigente comunista soviético a un liberal pro occidental. En marzo de este año bautizaron directamente con su nombre a la ciudad. Y la ejecución estuvo a cargo de los más prestigiosos arquitectos del mundo. Las enormes reservas de petróleo y minerales pagaron por esta monumental ciudad elevada sobre la estepa kazaja, muro de contención de la expansión rusa y puente con China.

En la mitología kazaja, un ave sagrada llamada Samruk pone todos los años un huevo de oro en las ramas de un álamo. Eso es lo que está simbolizado en este gigante monumento de 97 metros de altura en el medio de la avenida principal de Nur-Sultán (hasta marzo, Astaná), la nueva capital de Kazajistán. Se denomina Baiterek y evoca a un árbol gigantesco con una enorme elipse dorada en su cúpula. De noche lanza destellos de luces verdes y azules. De día se ve, claramente, que se trata del epicentro de la capital más joven del mundo. Desde allí parten las avenidas hasta una serie de edificios futuristas y atracciones que convierten a ésta monumental nueva ciudad de apenas 20 años de historia en una Disneylandia de la estepa.

Particularmente cuando cae el sol, muy tarde en este corto verano en Asia Central, Nur-Sultán se convierte en un parque temático. Los edificios se iluminan de colores vivos y cambiantes. Uno de los más atractivos es el del centro comercial Kahn Shatyr, de color violáceo, que tiene en el último piso una playa de arena traída de las islas Maldivas y una piscina con olas. Lo diseñó uno de los arquitectos más destacado de las últimas décadas, el británico Norman Foster. También creó la pirámide de vidrio que alberga el Palacio de la Paz y la Armonía, una especia de centro para la práctica de todas las religiones. No fue el único arquitecto estrella atraído por el desafío de crear una ciudad de la nada y los dólares del petróleo. El ya fallecido diseñador japonés Kisho Kurokawa fue quien hizo el plan general de Astaná. El italiano Manfredi Nicoletti creó la Casa de la Ópera. El palacio presidencial es una copia de la Casa Blanca de Washington con un toque de dorado de las Mil y Una Noches. Aquí el diseñador fue su principal ocupante, el presidente. 

Nursultán Nazarbáyev (derecha) junto a un representante de Arabia Saudita.

Nursultán Nazarbáyev no sólo gobernó con dura Kazajistán desde su independencia de la Unión Soviética en 1990, y conduce en las sombras desde marzo de 2019, sino que es quien tuvo la visión de trasladar la capital y dibujó algunos de los diseños más emblemáticos en servilletas de desayunos. Supervisó personalmente los trabajos de construcción con visitas sorpresa a las obras. Su nombre aparece también en la fachada de algunos de los principales edificios y calles. El presidente puede llegar a la ciudad Nur-Sultán, bajar del avión en el aeropuerto Nazarbáyev, trasladarse por la avenida Nazarbáyev y llegar a su residencia también denominada con su apellido. En marzo, sorpresivamente, renunció y nombró en su lugar al vicepresidente Kasim-Yomart Tokáyev, quien dos meses más tarde ganó unas elecciones con el 70% de los votos. Pero se reservó para él la presidencia del influyente Consejo de Seguridad y tiene su oficina al lado de la de Tokáyev.

Y si le queda alguna duda de su grandiosidad, Nazarbáyev puede pasar por el magnífico centro de convenciones donde cuelga en el hall central una enorme pintura en la que se lo ve frente a los máximos líderes del mundo que lo aplauden y lo observan con admiración. En la biblioteca nacional kazaja hay una enorme sala sólo dedicada a las obras de y sobre Nazarbáyev. Decenas y decenas de libros con su foto en la tapa. 

-¿Cómo es posible que exhiban todos esos libros de exaltación de la figura de una persona?, le pregunto al director de la biblioteca, Zhanat Seidumanov, un hombre amable y culto que hace de guía en este enorme edificio muy bien surtido y con salas automatizadas para los investigadores.

-El presidente es la figura que nos representa ante el mundo. Ustedes tienen a Messi nosotros a Nazarbáyev, me responde.

-Messi no es nuestro presidente.

-Cada pueblo tiene su representante y Nazarbáyev es el nuestro. Él nos hizo independientes, nos desarrolló, nos modernizó. Y nosotros lo homenajeamos permanentemente por eso.

Nazarbáyev, de etnia kazaja, nació hace 75 años en una familia de pastores de una aldea del sudeste del país, cerca de Kirguizistán. Trabajaba en una fundición de hierro cuando se afilió al Partido Comunista de la Unión Soviética. Hizo carrera y logró destacarse entre los líderes en Moscú. Fue uno de los principales aliados de Mijaíl Gorbachov y acompañó sus reformas de la Glásnost y la Perestroika. Cuando se produjo el derrumbe soviético era el jefe del partido y la máxima autoridad en la república kazaja. Declaró la independencia y se convirtió en “el padre de la Patria”. Al poco tiempo anunció el traslado de la capital de Almaty a la perdida Aqmola, en el norte de Kazajistán. La decisión causó una perplejidad general. Fundada en 1830 como fuerte zarista, Aqmola era un nudo ferroviario conocido en la era soviética como Tselinogrado. En las décadas de 1950 y 1960 fue el centro de la Campaña de las Tierras Vírgenes de Nikita Jrushchov, destinada a convertir la región en el granero del Imperio soviético. Su estrella se apagó en los noventa con una fuerte depresión económica y unas cuántas características que la hacían uno de los puntos menos atractivos de todo Asia Central. Temperaturas en invierno que pueden descender hasta 40 grados bajo cero, nubes de mosquitos en verano, vientos huracanados y tormentas de arena. Pero Nazarbáiev esgrimió razones como las que hicieron que Pedro el Grande construyera su magnífica San Petersburgo. Había que sacar la capital de Almaty por su vulnerabilidad ante los terremotos y su proximidad a la cordillera de Tian Shan que le impide crecer. Pero, sobre todo, hubo una razón geopolítica: hacer frente al poderío ruso. El norte de Kazajastán fue uno de los epicentros de los traslados masivos de Stalin para modificar la estructura demográfica de algunas zonas y evitar levantamientos nacionalistas. Allí era predominante la presencia de rusos que podían jugar el mismo papel que en Ucrania y hacer todo lo posible para una invasión como la de Crimea por parte del ejército de Vladimir Putin. Ahora, Nur-Sultán es mayoritariamente kazaja.

Para levantar la ciudad de sus sueños, Nazarbáiev concitó el apoyo de benefactores foráneos ansiosos por hacer negocios con Kazajistán, entre ellos el emirato de Qatar, que desde el golfo Pérsico financió la construcción de una mezquita con capacidad para 7.000 fieles (el islamismo es la fe dominante del país, aunque el Estado es oficialmente laico). Los europeos, chinos y rusos intercambiaron inversiones en enormes edificios espejados alzados sobre columnas jónicas a cambio de alguna participación en los lucrativos negocios del petróleo, gas y la minería. Kazajistán es el primer exportador de uranio del mundo y desde 2007 la compañía estatal Kazatomprom es dueña del 10% de Westinghouse Electric, uno de los mayores productores de reactores nucleares del planeta.

El Caspio, el mar interno más grande del mundo, es la nueva fuente virgen de petróleo en la que Kazajistán tiene el 50%, el resto se lo llevan Rusia, Irán y Turkmenistán. Comparan esa cuenca con la del Golfo Pérsico y aseguran que dobla a la del Golfo de México. Las reservas estimadas alcanzarían los 184.000 millones de barriles. Es la única región petrolífera en la que confluyen intereses de las tres grandes potencias: China, Rusia y Estados Unidos. De sus otras cuencas petroleras, Kazajistán ya extrae 150 millones de toneladas de petróleo al año y es uno de los 10 mayores productores. El modelo de negocios es similar al de Noruega: acuerdos con las principales compañías petroleras de joint venture y desarrollo de 40 años. También, como los escandinavos, crearon un fondo anticíclico con las ganancias de la industria que le hace de colchón ante las crisis económicas. Ya probaron que es muy efectivo con la hecatombe financiera de 2008/9. Desde el 2000 el país venía creciendo a niveles chinos de entre el 8 y el 10% anual. Después bajó a niveles europeos del 1% y 2% para repuntar al doble en los últimos cinco años. 

El gran Giacomo Puccini ya había reparado en estas estepas mucho antes que los inversionistas petroleros. Se había inspirado en este territorio, el noveno país más extenso del mundo con 2,7 millones de metros cuadrados de superficie, para crear su ópera inconclusa Turandot. El nombre de la heroína deriva de Turán, la gran planicie centro asiática. Allí vivió desde siempre el pueblo nómade de los kazajos, turcomanos bajados de las montañas ucranianas. En el siglo XIII llegó el ejército de Gengis Khan que tuvo en esa estepa el epicentro de su enorme imperio. Cuando murió en 1227 lo dividió entre sus dos hijos hasta que fueron derrotados por los uzbekos, mongoles islamizados, que dieron origen a los que son hoy las repúblicas de Uzbekistán y Kazajistán. En 1742 fueron los propios kazajos los que buscaron la protección del imperio ruso sin entender que terminarían siendo una colonia del Kremlin por los próximos dos siglos y medio. Primero, con los zares, fueron apenas un enorme territorio con algunos fuertes de avanzada. Con la revolución de 1917 pasaron a ser una de las repúblicas de la URSS. Stalin se encargó de “desnomadizar” a los kazajos y mezclarlos con muchos eslavos para debilitar cualquier intento independentista. Tuvo que caer la cortina de hierro para que el antiguo comunista Nazarbáyev se convirtiera en un liberal y transformara la perdida república en la locomotora de Asia Central.

Almaty, la antigua capital que los rusos llamaban Alma-Ata, sigue siendo una ciudad apacible, con ritmo provinciano, de un parecido a Mendoza, sobre la cordillera de los Andes. Calles arboladas con acequias que en verano llevan el agua fresca que baja desde las montañas. El nombre significa algo así como “padre de las manzanas” y es que allí todavía siguen creciendo plantas silvestres de esa fruta. Dicen que de esos árboles derivan todas las variedades de manzanas que hay en el mundo. Tiene una cercana estación de esquí, Shymbulak, donde se van a esconder algunas personalidades del jet-set internacional. El príncipe Harry de Inglaterra estuvo allí en 2004 con su entonces novia, Cressida Bonas. En verano tiene una vegetación muy abundante y la gente sale a pasear apenas cae el sol por la nueva calle peatonal de Panfilov. “Seguimos siendo la capital cultural de Kazajistán”, me dice Yerlan Zhaylaubay, el director de Turismo de la ciudad. Más tarde me invita a un popular pub y restaurante a ver un partido de fútbol internacional. El lugar podría estar en cualquier centro comercial de Estados Unidos o Europa con decenas de pantallas y mesas en diferentes niveles. La gente que está tomando una cerveza con papas fritas y chicken fingers tampoco difiere de la de cualquier bar occidental. La única diferencia es la forma de terminar la noche. Me lleva a otro pub donde hacen su propio vodka con diversos sabores. Pide tres “chupitos” para cada uno y me desafía a tomarlos de un trago, a la rusa. 

Yerlan vivió tres años en la nueva capital, Nur-Sultán/Astaná mientras la estaban construyendo. “Es fantástica. Uno se siente ahí como si estuviera en una serie de ciencia-ficción. Todo es moderno y futurista. Pero todavía le falta crear una atmósfera propia como la que tenemos en Almaty”, comenta Yerlan con gran orgullo por su ciudad. Pero en realidad, Nur-Sultán tiene dos almas que se interponen una sobre la otra: la de los mercados de la vieja ciudad soviética perdida en la estepa y la de la movida joven de los nuevos cafés y restaurantes. En una aparece la pulcritud y el orden comunista con mostradores repletos de carnes, verduras y especies. En la otra, una clase que quiere sofisticarse y asistir a catas de vinos. En ambas, todavía sigue siendo muy popular consumir carne de caballo. En las estepas no abundan muchos otros animales. Y la bebida nacional sigue siendo la leche fermentada de yegua, una especie de yogurt muy ácido mezclado con alcohol de 40 grados, que a los kazajos les encanta convidar a los extranjeros para ver la cara que ponen cuando la prueban. 

En las calles de Nur-Sultán /Astaná y Almaty no se ve una sola persona tirada en la calle o pidiendo limosna. Tampoco hay un solo vendedor ambulante. Un taxista me dice que los pobres no llegan al centro y que permanecen en las periferias. Hago un recorrido y sí me encuentro con casas de madera y edificios de departamentos de estilo soviético con deterioros visibles. Pero la gente sigue bien vestida, con la mirada alta y expresión viva. “Tenemos lo básico asegurado a pesar de que no podamos comprar la mejor carne o pescado. Nadie se muere de hambre. No nos podemos quejar”, me dice Anargul Bibigula, una joven madre de dos niños que hace las compras en un enorme supermercado de la parte antigua de Nur-Sultán /Astaná. Los mercados que visité tanto en Nur-Sultán/Astaná como en Almaty, me asombraron. Están perfectamente divididos en sectores (de la carne, de las frutas y verduras, del pollo, del pescado, de las especies, de los productos secos, etc.) y están muy bien surtidos. Las vendedoras parecen enfermeras con un delantal blanco y cofia. No les gusta nada que las fotografíen y las filmen. “Los precios varían más por temporada que por inflación o demanda. Los productos básicos están regulados. Y desde que nos independizamos ya no hay escasez de nada”, me cuenta Sezim Makmud, la gerenta de uno de los mercados después de irrumpir a los gritos para que los vendedores tengan sus puestos prolijos ante la visita de los periodistas extranjeros. “Sí, creo que los precios están al alcance de cualquier familia. Los sueldos son bajos, pero hay muchos subsidios”, dice Sezim.

La economía kazaja recién se está recuperando después de un duro golpe en 2016 por la baja de los precios de las materias primas. Los sueldos siguen siendo magros, el promedio es de 387 dólares, pero el costo de vida también es bajo y se puede conseguir un buen departamento por 400/500 dólares el metro cuadrado (en los rascacielos espejados de Astaná son bastante más caros). El PBI por habitante de Kazajistán es de 7.715 dólares. El Plan del Desarrollo Estratégico del gobierno pretende llevarlo a 18.500 dólares para el año 2025. El déficit público sin ingresos petroleros tendría que pasar del 9% del PIB en 2016 a menos del 6% en 2025; y la tasa de inflación, del 8,5 al 3 o 4%. Para lograrlo, los kazajos quieren volver el tiempo en, al menos, unos 2.500 años. Están empeñados en revitalizar la antigua y mítica Ruta de la Seda. Ahora, para llevar productos manufacturados en una línea de tren que se está terminando de construir entre China y el Mediterráneo pasando por Kazajistán, Rusia y el este de Europa. Nur-Sultán figura en el centro de esa ruta y ya se está construyendo en las afueras de la ciudad una estación ferroviaria enorme con una playa de trasbordo de containers comparable a la del puerto de Hong Kong o el de Singapur. 

Otra de las buenas fuentes de ingreso de Kazajistán sigue siendo el antiguo cosmódromo soviético de Baikonur. Rusia paga cada año 115 millones de dólares por su alquiler y recibe muchos más ingresos de parte de China y la Unión Europea por el lanzamiento de satélites de comunicaciones y observación. En Baikonur comenzó la carrera espacial. Desde este remoto lugar de la estepa donde las temperaturas van de 40 grados bajo cero en invierno a 40 grados de calor en el verano, y que por décadas fue un pueblo soviético secreto, se lanzó el Sputnik, el primer satélite. Y desde allí despegó el 12 de abril de 1961 Yuri Gagarin, el primer humano en viajar al cosmos y el gran héroe de la época dorada soviética de la exploración espacial. También partió Valentina Tereshkova, la primera mujer en ir al espacio, que ahora está frente mío y tiene el aspecto de una erguida abuela. Está en Nur-Sultán para inaugurar, precisamente, la esfera del centro de negocios que albergará, entre otras cosas, un museo de la carrera espacial. Todavía conserva el estilo de corte de cabello soviético que tenía en las fotos cuando piloteó el Vostok 6, lanzado el 16 de junio de 1963, y en el que completó 48 órbitas alrededor de la Tierra en sus tres días en el espacio. Camina entre cuatro guardaespaldas que impiden que los periodistas se le acerquen. Saluda con una sonrisa y moviendo la mano como si fuera una reina de la belleza. Es la máxima héroe viva del programa espacial soviético y con esa impronta llega hasta un pequeño grupo de funcionarios kazajos, con decenas de medallas colgadas en las solapas de sus sacos, que la saludan con reverencia.

El único tema realmente sensible en Kazajistán es el de la película Borat. En el film, el actor británico Sacha Baron Cohen se transforma en un absurdo periodista kazajo que viaja a Estados Unidos para descubrir la cultura americana. Y muestra a su país como un rejunte de campesinos extremadamente atrasados, racistas y perversos. Nunca se exhibió oficialmente en el país, pero todos los kazajos la vieron y se indignaron con la parodia. La gota que rebalsó el vaso fue un incidente ocurrido en una competencia deportiva en Kuwait donde confundieron la banda sonora de Borat por el himno kazajo. La parodia poco tiene que ver con Kazahistán. Fue filmada en un pueblo de Rumania y cuando Borat lanza supuestas palabras en kazajo en realidad lo hace en polaco. Saluda diciendo “Jak sie masz?” (“Qué tal”, en polaco). Transcurridos unos años, las autoridades de esta república centro asiática entendieron que se trató apenas de una humorada y la están usando a su favor. “Desde que salió la película, Kazajstán ha expedido 10 veces más visados. Nos ayudó a aumentar considerablemente nuestro turismo”, dijo el canciller Yershan Kasychanov, a la agencia de noticias Tengrinews, donde trabajan periodistas que nada tienen que ver con el agreste Borat.

Nur-Sultán/Astaná es la mejor manera de contrarrestar esta imagen y aprovechar la nueva ola turística.  El profesor Frank Albo de la Universidad de Winippeg, en Canadá, escribió un libro muy bien ilustrado en el que compara la construcción de la nueva capital kazaja con otros antecedentes en el mundo. Particularmente, asegura que tiene la misma impronta con la que se levantó Washington DC. “Fue pensada y diseñada por los hombres fuertes de ese momento, Thomas Jefferson James Madison y Alexander Hamilton. Y tuvo un arquitecto estrella que hizo el diseño urbanístico, el francés Pierre Charles L’Enfant. Cuando se propuso levantar Astaná se tuvo a la capital estadounidense en mente”, explica Albo. Y agrega que, como Washington, la ciudad kazaja está repleta de elementos esotéricos y míticos que tienen que ver con la asimetría, la cantidad de metros exactos entre uno y otro edificio emblemático y la representación de las formas. Pone como ejemplo la Pirámide de la Paz y la Reconciliación, una enorme estructura triangular hecha de espejos y en eje con la carpa del centro comercial de Khan Shatyr y el monumento Kazakh Eli con el águila dorada dominando las alturas. Fue diseñada por Norman Foster y alberga al Congreso de Líderes y Tradiciones Religiosas del Mundo. Cada año se reúnen ahí los representantes regionales del islamismo, judaísmo, cristianismo, budismo, hinduismo, shintoísmo y taoísmo. 

Aunque Nur-Sultán tiene muchas más construcciones totalmente alejadas del esoterismo que plantea el profesor Albo. Para no olvidar completamente su pasado comunista, el edificio Triumph es una mezcla del Palacio de los Soviets y el edificio de la universidad de Moscú. El nuevo centro de negocios, inaugurado con un encuentro internacional de economistas e inversionistas que discuten sobre las posibilidades de la nueva ruta de la seda, se parece mucho a la esfera del Epcot Center de Florida. Ésta es mucho más espectacular con su superficie espejada donde se proyectan figuras, colores y videos. La fachada de la ópera de Astaná, diseñada por los italianos Enrico Moretti y Maria Cairoli y considerada una de las mejores del mundo, está copiada de la Madeleine de París. Pude ver ahí un ballet moderno con una pieza de un autor local y otra del argentino Astor Piazzola que incluyó un tango de Carlos Gardel. La sala y su entorno son deslumbrantes. 

Y como sucede en cualquier otra ciudad del mundo aparece el humor popular que termina denominando a las obras con nombres menos pomposos que los oficiales. Nadie recuerda cómo fue bautizada la torre amarilla que se levanta a la orilla del río Ishim. Todos la conocen como “la banana”. A la sala de conciertos le dicen “el repollo”. Al Bayterek, “el chupetín”. Y a los dos edificios dorados que albergan los ministerios “los dedales”. También sorprende la excesiva dimensión de estas construcciones. El Central Concert Hall es uno de los más grandes del mundo con 3.500 butacas, mientras que el Astana Arena tiene capacidad para 30.000 espectadores. Para el arquitecto kazajo Serik Rustambekov, que sigue diseñando y construyendo en Nur-Sultán, el alcance de estos edificios coincide con la cultura local. “Necesitas entender los antecedentes kazajos para tener una mejor idea de nuestra visión del mundo. Somos una civilización nómada que se desarrolló durante miles de años en la vasta extensión de Eurasia. El espacio libre es fundamental para la mentalidad kazaja que no podría vivir con el tipo de congestión de muchos centros europeos”, comenta Rustambekov.

Las celebraciones por los 20 años de Nur-Sultán coinciden con el cumpleaños 78 de Nazarbayev y está todo preparado para “tirar la casa por la ventana”. Logro colarme en los ensayos de un gran espectáculo que dos días después iluminó el cielo de la estepa con sus fuegos artificiales y llenó de música las avenidas desiertas de los barrios en construcción. Van apareciendo unos cantantes pop kazajos que parecen ser muy famosos por la cara de los trabajadores que están terminando de armar las gradas donde se sentarán los invitados. Se paran a verlos con la boca abierta a pesar de que tienen todavía sobre sus hombros unos tablones muy pesados. Detrás de los cantantes aparecen cuatro grupos diferentes de bailarines que llevan trajes simbolizando algunas de las numerosas fábulas de los kazajos. Alguien me dijo que se trata de un pueblo muy supersticioso y que todos esos símbolos, como el de las plumas, el pájaro negro y el blanco, las máscaras ensombrecidas, marcan la fortuna o la desgracia. Es lo que se mueve ahora entre unas olas de seda en celeste verdoso y dorado, los colores nacionales. El águila entrenada con la que cazan los hombres de la estepa aparece claramente para cerrar el show. Una coreógrafa, severa y aparentemente muy experimentada, da órdenes a todos, hace parar la música con apenas un gesto y con la mirada dura mueve a bailarines y cantantes. Está todo preparado para la gran semana de festejos en los que habrá, al menos, 85 eventos. Pero éste es el más grande y asiste el presidente.

Nazarbayev insiste en que Nur-Sultán/Astaná no se trata de él. “Es un símbolo de nuestra condición de Estado y nuestro futuro”, dijo durante las celebraciones. “La ciudad es el orgullo de todos los kazajistaníes”. Pero los festejos cuestan al menos 55 millones de dólares y no todos están tan contentos con semejante gasto. “Esta es ‘una fiesta en tiempos de peste’ ¿no se dice así? Están sacando 19 mil millones de tenges (55.4 millones de dólares) de los bolsillos de la gente”, escribió Baltash Tursumbayev, un ex viceprimer ministro, en una nota publicada por el servicio de la agencia RFE/RL. El gobierno responde con hechos consumados, la inauguración del magnífico Centro Financiero Internacional de Astaná que espera competir con Shanghai y Dubai como huésped de convenciones globales. También se cortó la cinta roja de en un jardín botánico que agregará un toque de verde a una capital que adolece de vegetación. Es un trabajo en progreso por ahora, ya que los árboles tardarán años en crecer, pero el parque es un lugar popular para corredores, ciclistas, paseantes y parejas que se casan y conmemoran sus nupcias con fotografías de la ciudad. Otra atracción, a la que todavía le están dando los últimos detalles, es una nueva pasarela sobre el río Ishim, que tiene en la orilla derecha a la antigua ciudad soviética y a la izquierda, todos los edificios emblemáticos y es la sede del gobierno. El puente, cubierto para que se pueda atravesar en invierno, tiene la forma de un pez y en el medio lo adorna una estatua de un esturión. El diseño es un guiño al gobierno regional de Atyrau, una provincia en el Mar Caspio, que financió la obra y que es uno de los mayores productores de caviar del mundo. Apenas se abrió al público una multitud se lanzó a cruzar el puente blanco que desemboca en un anfiteatro donde un grupo musical hacía una especie de rock ejecutado con algunos instrumentos ancestrales como la dombra, una guitarra de dos cuerdas, y una flauta de madera de seis huecos. Hay centenares de chicos muy jóvenes que bailan como si estuvieran en Woodstock. “Es realmente hermoso todo esto”, me dice Asel Galiaskarova, una joven madre que arrastra un cochecito de bebé por la estructura cerrada del puente que asemeja a una canasta de bombones. “Necesitamos de estos conciertos al aire libre en verano porque después nos pasaremos seis meses encerrados por el frío”.

Hay otros que lo disfrutan, pero no están nada contentos con el gasto que implican todas estas obras. “Los pobres pagaron por esta ciudad. En el interior del país, a mil kilómetros de acá, hay gente que está viviendo en las peores condiciones y nosotros estamos celebrando el cumpleaños del presidente con una fiesta fastuosa”, me comenta por lo bajo un muchacho que trabaja como chofer para el ministerio de Exteriores y que aprendió inglés trabajando en una embajada kazaja. Jonathan Aitken, un ex político británico que escribió una biografía de Nazarbayev, recientemente publicada en Londres, basada en 23 horas de entrevistas, cree que toda esta celebración se trata de una gran performance para vender el país al exterior y conseguir inversiones. “Sí, estoy seguro que Nazarbayev tiene un gran ego, pero es más un ego centrado en el pasar a la historia por sus obras que un ego centrado en el yo”, dice Aitken. Y compara al presidente con el tipo de gobernantes que dominaron la Europa del siglo XVIII, en particular Luis XIV. “Así como Versalles y partes de París fueron creadas por la visión de un hombre, también lo fue Astana”, asegura.

La estepa kazaja no se parece en nada a las apacibles colinas de ese suburbio de París pero Astaná tiene mucho de la grandiosidad que los Luises le imprimieron a su magnífico palacio para escapar de las pestes que asolaban a la capital francesa a fines del 1600. Aquí, en la capital más joven del planeta se respira la impronta de la revolución científica y tecnológica del siglo XXI. La Disneylandia de las estepas brilla en esta nueva Ruta de la Seda como las joyas que transportaban por estas tierras los antiguos mercaderes. 

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