A la mar, sin peto y sin espaldar
Sally y Jerome Poncet navegan desde hace 40 años por los mares del sur. Tuvieron su hijo en la estación ballenera abandonada de las Georgias y ahora crían ovejas en la isla San Rafael, entre Malvinas y Tierra del Fuego.
Luis Sartori
16 de noviembre de 2020

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Un momento y nada más que uno bastaría para describirlos del derecho y del revés: ella (Sally) parió primeriza en un velero sitiado por los hielos antárticos en una isla remota, un parto de nalgas en un freezer, y él (Jerome) resucitó al recién nacido haciéndole respiración boca a boca.

  Ese milagro doble alumbró a bordo de un velero en la estación ballenera abandonada de Puerto Leigh en las Georgias del Sur, ese archipiélago de 170 kilómetros de largo por 30 de ancho máximo a diez días de navegación de Ushuaia donde llueve y nieva a repetición, no menos de 200 veces al año. Sí, claro, las mismas islas donde en 1982 se rindió el capitán Alfredo Astiz, sin siquiera resistir. Aquel parto (el que trajo al mundo al bebé Dion, no el del execrable Ángel de la Muerte) sucedió en medio de la nada, sin doctores, sin anestesista, sin hotelería, en el brutal invierno de 1979.

   Con genes exploradores, los Poncet se habían flechado en el agua, como les señalaba el destino. Rondaban los 20 años. Jerome, francés, armó un velero a los 17 con un compañero de secundaria y desde el puerto medieval de La Rochelle, sobre el litoral atlántico, los amigos se lanzaron a recorrer los siete mares en 1969. En una escala en el muelle de Hobart, en la Tasmania del demonio, el velero de apenas 10 metros de proa a popa fue un imán y marcó el km 0 para el camino que compartirían ella, estudiante universitaria australiana de biología, y él, aventurero a tiempo completo. “Durante años yo había estado soñando con vivir y trabajar en la Antártida”, rememora Sally. Arriba del velero, él la convidó con una futura travesía al continente blanco; ella se apuró a contestarle que sí.

Sally Poncet, bióloga y zoóloga, realizando un trabajo de investigación de aves en las Georgias.

   Jerome completó su expedición en cuatro años: a los 21 ya era un marino avezado después de 55 mil millas marinas (dos veces y media la circunferencia de la Tierra) navegadas en su velero artesanal, el primero que llegó a la Antártida (y también al Ártico) y el primero en remontar el Amazonas, entre otras habilidades. Sally, a su vez, se recibió de bióloga y zoóloga en Hobart y voló a Francia. Allí se casaron en 1974. Entonces se desató esta historia.

   “Cuando empezamos, el barco era todo lo que teníamos. Y no mucho dinero”, precisa Sally. El dinero les alcanzó para construir otra goleta, el Damien II, cinco metros más largo que el anterior y con quilla reforzada de acero. Y con él zarparon en 1976 con rumbo sur, extremo sur. Entre ceja y ceja llevaban la idea de pasar el invierno en la Antártida. ¿De qué pensaban vivir? Estudios de fauna y artículos científicos, algún libro y, con suerte, documentales para National Geographic.  

   Llegaron a la zona al año siguiente y a la Península Antártica recién en 1978. Eligieron la bahía Margarita, en el lado opuesto de la península respecto de la base Marambio y por debajo del Círculo Polar. Se venía el invierno, no tenían siquiera una radio para comunicarse: no problem. “Pusimos el barco en la orilla y todo el mar se congeló. Entonces sacamos nuestros esquíes y la carpa, y nos pasamos tres meses andando alrededor del área donde había quedado la embarcación”. De entonces son los primeros censos científicos de ella sobre aves y elefantes marinos. Recién en febrero de 1979 los liberó un rompehielos británico, con Sally ya embarazada.

Jerome Poncet junto a un investigador visitante en la isla de San Rafael, entre Malvinas y Tierra del Fuego.

   Decidieron que el primogénito nacería en las Georgias, el otro flechazo en la vida de Sally. “No me preocupaba la falta de asistencia médica. Era una linda decisión para tomar, probablemente porque no había suegros ni parientes dando vueltas alrededor”, se ríe la primeriza del hielo.

   Después de aquel parto tan peculiar, se apiadaron de la familia y volvieron a Hobart para que los abuelos maternos conocieran al bebé (y para suturar al barco de las heridas del hielo). El pequeño Dion fue creciendo, la mamá escribió su primer libro sobre la experiencia antártica extrema, El Gran Invierno, y en 1981 nació Leiv, en Tasmania y en un contexto familiar más mullido.

   Pero la vida convencional fue apenas un repliegue para retomar fuerzas y duró un suspiro. En 1983, al año siguiente de la guerra, grandes y pequeños se establecieron en las Malvinas, a la que los Poncet le habían echado el ojo en una escala del regreso de la Antártida a Tasmania. Jerome se había enterado de la venta de una isla de 5.000 hectáreas y 3.000 ovejas, de dueños argentinos. Negoció el precio directamente en Buenos Aires.

   La islita se llama Beaver o San Rafael y es la más cercana al continente. No lo sabían entonces, pero ese territorio se habría de convertir en la plataforma desde donde Sally y Jerome desplegaron cuatro décadas de exploraciones, estudios científicos y aventuras hasta convertirse en leyendas de los mares australes.        

Jerome Poncet explorando una de las tantas islas inhabitadas por el hombre entre Malvinas y la Antártida.

   Porque ya asentados en tierra firme, y con un miembro más (Lars) que nació en 1984 en las Malvinas, la familia volvería a la Antártida en velero una y otra vez cada verano de los 80, los 90, los 2000, los 2010… siempre o casi siempre entre nubes apocalípticas, olas de seis metros y tempestades de pesadilla. No problem, una vez más. El timonel estaba curtido y surgió de una región del mundo, la Bretaña, donde los marineros aguantan la nieve en la cara y la lluvia en la cabeza, y entran a los barcos preparados para una guerra. 

   Al principio fueron travesías solo familiares, de hasta cuatro meses, en las que Sally ya estudiaba y clasificaba aves, pingüinos, albatros y elefantes marinos para el gobierno británico. Sigue contando: “Aprendí que la rutina diaria por lo general consiste en una larga lista de hechos inesperados e inusuales, cada uno más memorable que el anterior”. Aunque advierte: “Las habilidades y resiliencia que se requieren para el trabajo de campo polar se aprenden por el camino más difícil”. Igual, no se queja mucho: “La única contra es cuando se te hielan los dedos porque te olvidaste los guantes, y no poder contar con verduras frescas”.

   Esta exploradora -la Jane Goodall de la fauna austral- marcó el rumbo de la investigación antártica con sus viajes, investigaciones y libros, y a los 66 años es una prócer científica de las Georgias, de donde erradicó hace dos décadas una invasión de ratas, por ejemplo. En 2015 recibió la Polar Medal de la corona británica.  

La goleta Golden Fleece, con la que ahora Jerome recorre la Península Antártica.

   En tanto, los tres pibes de entonces recuerdan ahora que la Península Antártica (un territorio de 1.300 kilómetros de largo que se curva hacia el norte, más extenso que toda Italia) fue su verdadero y fantástico patio de juegos y su escuela. Sobre la nieve y el hielo leyeron, dibujaron, persiguieron pingüinos, buscaron chocolates escondidos en estaciones científicas abandonadas, se mataron de risa en sus trineos sobre colinas sin huella humana…

   En estos tiempos, cuando continúa la senda abierta por su padre y encabeza sus propias expediciones antárticas cargadas de científicos, documentalistas y turistas, Dion añora aquella vida de descubrimiento de la naturaleza. Y le duelen los retrocesos en el paisaje. “Todas las cosas que solía experimentar, los lugares que visitaba en la infancia, todo eso lo daba por sentado. Y ahora me doy cuenta de que nunca volverá a ser posible”.

   Un número que explica el desánimo de aquel chico pionero: en la península antártica occidental la temporada sin hielo dura hoy ¡90 días más que en 1979!, el año en que Dion nació, murió y resucitó salvado por su padre.

    Jerome, a su vez, habitante único de su isla luego de que los chicos crecieron y él acordó con Sally vivir vidas separadas, rondando los 70 se mantiene en buena forma. Cinco décadas después de sus pininos marítimos, continúa llevando y trayendo por aguas australes en su nueva goleta -la Golden Fleece, para 8 pasajeros- tanto a turistas aventureros e investigadores de lo silvestre como a periodistas y documentalistas de todo el mundo atraídos por sus historias épicas.

   También les cocina como un chef gourmet, a bordo o cuando amarra su nave ágil junto a un paisaje deslumbrante. El menú de autor puede ofrecer salchichas de cordero (mantiene un rebaño respetable en su isla) o fondue de reno al vino blanco. Y en la sobremesa les contará que aquel primer Damien llegó a un museo, el marítimo de La Rochelle, que una gran colecta permitió ir restaurándolo durante seis años, que quedó a nuevo a fines de 2019, y que el Covid apenas aplazó el retorno triunfal del velero mítico a las aguas, que será en 2021.

Florence Joubert en su famosa foto The Blue Man, Jerome Poncet entre sus ovejas.

    Cuando no navega, recibe visitantes en el escueto aeródromo con pista de turba, donde un letrero sobre un galponcito de 2×1 con techo de chapa roja desteñida bromea así: “Welcome to Beaver International Airport”, letras blancas sobre fondo azul marino. Dentro de su overol manchado de pintor, pucho ladeado en la boca, bigote contundente a lo Aníbal Fernández y gorra de marino, da la bienvenida seguido como un perrito faldero por una llama joven y señala el camino a la casa sin adelantar ninguna sonrisa. Es un contraste con el de la foto, un caballero de frac gris que sale de Buckingham con su Polar Medal, también él, también cinco años atrás.

    Un Tom Waits del fin del mundo de aspecto bronco, sin un diente, cien arrugas, manos grandes y ásperas, que a los cinco minutos y antes de empezar a relatar sin arrogacia y una vez más su vida fuera de registro ya está cocinando con lo que le aparece a mano: huevos de pingüino, ragú de reno, hígado de cordero, pan casero, merengues. Después de haber dado seis vueltas al mundo, un destello incontenible brilla en los ojos del marinero.   

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