Una enfermera en cada escuela
Los chicos tienen que volver a la educación y la socialización con sus pares. Y tiene que ser en forma segura.
Redacción Gallo
8 de septiembre de 2020

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Las enfermeras escolares son fundamentales para apuntalar la salud social y el futuro de nuestro país. La principal recomendación de los expertos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para un regreso más seguro a las clases en esta pandemia es la de tener una/un enfermera/o en cada escuela. Y no se trata de un método muy novedoso. La figura del encargado de dar los primeros auxilios, evaluar las condiciones de los niños con enfermedades crónicas y controlar el contagio de virus y bacterias, tiene un largo recorrido. Las primeras enfermeras escolares fueron nombradas en Nueva York en 1902. En 1914 ya estaban implantadas en todo Estados Unidos, de donde pasó a Reino Unido cuatro años más tarde y poco después a otros países europeos como Francia o Noruega. Se convirtió en una figura fundamental durante la anterior pandemia de la “fiebre española”, en 1918/19, en buena parte del mundo. Y tiene que volver a ser una realidad para que los chicos puedan regresar a las escuelas. También, para combatir la otra pandemia que azota a la Argentina y buena parte del resto del continente: la pobreza y la exclusión social.
La mayoría de las escuelas privadas de elite cuentan con una enfermería de primeros auxilios, aunque el papel del enfermero no lo cumpla un profesional sino un docente que, a su vez, tiene otras tareas educativas. El debate en buena parte del mundo desde la aparición del Covid-19 es el de implementar la figura del/la enfermero/a en cada escuela del planeta. En Europa se extiende la práctica con contratos por distrito y en España se convirtió en un tema de la agenda política. “Es algo que llevamos pidiendo desde muchos años”, señala Emma Rodríguez, secretaria provincial del Sindicato de Enfermería SATSE en Pontevedra, Galicia. Y se pregunta “¿cómo no se da cuenta el gobierno que tener un profesional en los colegios les puede resolver muchos problemas de enfermedades crónicas, no solo de Covid?”.


“La presencia de una enfermera escolar en los colegios es esencial en la crisis del coronavirus y ayuda a garantizar la seguridad que tanto se necesita. Conoce cómo detectar los síntomas y puede hacer en la misma escuela la prueba de detección. Ésta, en caso de ser positiva, permitiría la activación inmediata del protocolo para evitar un posible brote”, explica Ramón Izquierdo, secretario de acción sindical de la Asociación Nacional de Profesores de Enseñanza (ANPE). Y agrega que “al menos debería haber una enfermera en los centros más masificados o una por cada dos o tres centros pequeños”. La ministra de Educación, Isabel Celáa, dijo que era “una idea estupenda”, pero aclaró que “todo depende del presupuesto”. Algo que los legisladores españoles vienen discutiendo desde 1990 cuando lo recomendó la Organización Mundial de la Salud. De acuerdo a los estudios presentados, el costo de mantener una enfermería en cada centro educativo sería de unos 800 millones de dólares al año para un país de población media baja como España, Francia, Italia o Argentina. Un estudio realizado por el sindicato de enfermeras de España indica que el costo del programa en ese país sería de entre 17 y 20 euros por habitante (46 millones), por año. En la Comunidad de Madrid hay enfermeras escolares en más de 700 colegios públicos, concertados y privados; pero en el resto del país esta figura solo aparece en colegios de educación especial.
En octubre de 1902 la enfermera Lina Rogers fue contratada para reducir el ausentismo escolar de 10.000 niños de cuatro escuelas de Nueva York. Su trabajo consistía en colaborar con los estudiantes y sus familias para enseñar higiene y prevención de enfermedades. En solo 30 días Rogers logró bajar el ausentismo considerablemente y supuso el inicio de esta actividad y su expansión por el resto de los colegios de la ciudad. Después de un estudio que demostró que las enfermeras reducen las ausencias de los estudiantes a la mitad, cada vez más ciudades las financian. En los siguientes 11 años cerca de 500 ciudades de Estados Unidos emplearon a médicos en las escuelas. En 1919, el enfermero S.M. Connor, al tiempo que se disculpaba por no haber hecho más “debido a la minusvalía de la epidemia de gripe”, presentó un informe a la junta escolar de Neenah, Wisconsin, sobre su trabajo. Connor hizo 1.216 visitas a domicilio, llevó a los niños a los médicos y dio charlas sobre la salud de la comunidad, además de la realización de exámenes y seguimiento en las escuelas. En noviembre de 1918, en plena pandemia de influenza, el Comisionado de Salud de la ciudad de Nueva York, Royal Copeland, dijo que “estar bajo la constante observación de personas cualificadas da a los estudiantes un grado de seguridad que no hubiera sido posible de otra manera y nos dio la oportunidad de educar tanto a los niños como a sus padres a las exigencias de la salud”. Y recomendó tomar la misma medida en todo el mundo en su informe titulado “Lecciones de la epidemia, cómo actuar la próxima vez”.


Un proverbio africano dice “Se necesita una aldea para criar a un niño”. Y esa es la lección que nos dejó la pandemia de hace cien años, dice la profesora Mary Battenfeld, de Boston University. Un estudio de las escuelas de 43 ciudades durante el brote de 1918 identificó “la planificación que trae la salud pública, los funcionarios de educación y líderes políticos trabajando en conjunto” como clave para el éxito de las respuestas. En Milwaukee, Wisconsin y Rochester (Nueva York), los funcionarios escolares y de salud trabajaron junto a las organizaciones que representaban a las comunidades de inmigrantes. En Los Ángeles, el alcalde, el comisionado de Salud, el jefe de policía y el Superintendente de Escuelas armaron una comisión para monitorear las tasas de infección, acompañar a los maestros y entregar tareas en cada casa de los 90.000 escolares de la ciudad. Otro ejemplo, fue el de St. Louis, Missouri, donde las escuelas, mientras permanecieron cerradas, se convirtieron en hospitales y centros de distribución de ayuda a las familias más necesitadas. A los tres meses de los primeros casos se retornó a las clases, pero un rebrote obligó a cerrarlas nuevamente. A los veinte días comenzó un plan de reapertura gradual por grado o año: primero las secundarias y después las primarias. Gracias a estas medidas St. Louis tuvo 358 muertes por cada 100.000 personas, uno de los mejores resultados en el país.
Dos años antes, la secretaría de Educación estadounidense adoptó una posición que ayudó mucho para enfrentar la pandemia. Proclamó que la “educación de las escuelas es importante, pero la vida y la salud son más importantes”. El país estaba viviendo la Era Progresista y arquitectos, asistentes sociales, ingenieros y educadores se pusieron a trabajar para que las escuelas fueran integrales. Establecieron programas de almuerzos, construyeron patios de recreo y promovieron la educación al aire libre. Al mismo tiempo, se promulgaron dos leyes esenciales: se prohibió el trabajo infantil y la escuela primaria se hizo obligatoria. También lanzaron un programa de mejora de viviendas en los “inquilinatos” donde vivían millones de niños. La pandemia hizo el resto. A partir de entonces las escuelas debían ser “con grandes espacios, limpia y ventilada”.


En Argentina, las escuelas construidas desde los años 40 tuvieron esas características. Comenzaron a tener comedores, gimnasios, aulas de actos, amplios patios de recreo, etc. También muchas escuelas públicas tuvieron enfermerías para los primeros auxilios, e incluso, algunas con enfermera permanente o una maestra especializada en el cuidado de la salud. Las colonias de vacaciones fueron pioneras en contratar personal médico. Y las escuelas técnicas más grandes también tuvieron personal especializado para tratar los casos de accidentes en las prácticas de los talleres.
Este es el momento de dar un paso definitivo y crear un cuerpo de enfermeras/os que atiendan la salud integral de los chicos dentro de las escuelas. Por ejemplo, podrían ser los que coloquen la vacuna a los menores en todo el país. Una medida imprescindible para una apertura más segura de las escuelas durante esta pandemia. Pero también para el tratamiento de tantas otras enfermedades crónicas que necesitan de cuidados permanentes. Y, sobre todo, de la nutrición en un país donde la mayoría de los menores de edad sobreviven bajo todos los niveles de pobreza.


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