¿Tiene futuro el trabajo?
No se trata de si habrá o no empleo porque, como ha ocurrido en revoluciones anteriores, unos desaparecerán y otros nuevos aparecerán, sino de cómo organizaremos nuestras vidas alrededor de esas actividades que dan sentido a nuestra existencia individual y en comunidad.
Gustavo Sierra
gustavohectorsierra@gmail.com
23 de enero de 2023

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Generaciones consentidas buscando un futuro con sentido

Las generaciones jóvenes hemos nacido en un mundo en crisis. Ya sea económica, climática o energética, parece que no hay salida. Esta realidad ha cuestionado los fundamentos del trabajo y obliga a buscar una vida que vaya más allá del beneficio y se ajuste más al propósito.

ILUSTRADOR VAN SAIYAN – Revista Telos

La gran novedad sería que ya no necesitáramos trabajar para vivir. Sigue siendo una utopía. Liberarnos del trabajo para enfocarnos en la creatividad seguramente nos transportaría a otra dimensión. No es posible dentro de los sistemas de organización nacionales y globales que mantenemos. A lo sumo nos llaman a ser creativos en nuestros trabajos.

El trabajo terminó siendo la esencia organizativa de los sistemas más extendidos. Sin trabajo no hay pertenencia. Esto, por supuesto, para los que ocupamos las primeras tres cuartas partes de la pirámide social. El resto, está en otra dimensión.

Hace ya varias décadas, esa columna vertebral de los sistemas, está desapareciendo. Ya no hay más trabajos como los que conocimos desde la Revolución Industrial. Todas las tareas sufrieron enormes transformaciones. Se esfumaron los denominados “puestos de trabajo”. Quedan los que se modificaron y adaptaron a la nueva revolución científica tecnológica. Y no son muchos. A pesar de esto, los que analizan la transformación aseguran que el trabajo tiene futuro.

Desde ya, no un futuro de empleo pleno con millones de trabajadores de líneas fordistas. Todo eso hace mucho que desapareció. Mienten los políticos que para llegar al poder aseguran que crearán millones de puestos de trabajo. Es imposible hacerlo. La mano de obra que se requiere es sumamente especializada. El trabajador de la segunda década del siglo XXI es alguien que adquirió nuevos conocimientos para poder realizar las tareas requeridas y que continuará estudiando toda su vida para poder adaptarse a las constantes transformaciones de su oficio o profesión. El resto, trabaja en servicios que no requieren un conocimiento muy específico pero que también se transforman permanentemente. Y la gran mayoría deambula por una oportunidad sin saber qué busca o qué requiere quien podría generar un empleo. La transformación es profunda y la transición se extiende en el tiempo provocando cada vez más infelicidad.

No se trata de si habrá o no empleo porque, como ha ocurrido en revoluciones anteriores, unos desaparecerán y otros nuevos aparecerán, sino de cómo organizaremos nuestras vidas alrededor de esas actividades que dan sentido a nuestra existencia individual y en comunidad.

Asistimos a un cambio de Era en el que confluyen las transformaciones tecnológicas, las energéticas y medioambientales y las demográficas y sociales. Los cambios están afectando a la manera de producir, distribuir y consumir; a los modelos de organización en los eslabones de producción, logística y comercialización. Las necesidades y las condiciones de movilidad y distribución, las cadenas de suministro y de abastecimiento se ven alteradas e impactan en la configuración de fábricas, oficinas, en los espacios de ocio y en los servicios. Y, con ello, el diseño de las ciudades se modifica y alcanza a la intimidad de los hogares y nuestro modo de vida y de relación.

La tecnología y su impacto en el trabajo abre nuevas oportunidades para resolver cuestiones acuciantes como el despoblamiento de regiones enteras, el desarrollo de modelos más sostenibles, la conciliación y la igualdad. También nos coloca ante desafíos como la formación continua, la reforma de la educación, la actualización de la regulación laboral y de las relaciones en la empresa o el rediseño de la Administración pública y de sus servicios.

La pandemia aceleró la digitalización y descubrió maneras distintas de hacer y de vivir que parecían utopías inalcanzables. Las transformaciones en marcha no se limitan a la duración de la jornada laboral o el trabajo a distancia, pero el debate en torno a estas cuestiones tan apegadas al día a día obliga a una revisión acelerada de las condiciones de trabajo y a la reformulación del contrato social vigente desde la Revolución Industrial.

El futuro es cuestión de personas y no de tecnologías, aunque estas sean determinantes para evitar la catástrofe medioambiental o para liberar a los humanos de tareas penosas, y podamos concentrarnos en aquello que nos diferencia realmente de las máquinas y nos acerca a nuestros semejantes; de cultura y de voluntad para construir un futuro sin exclusiones, sin discriminación de género, en igualdad y en un entorno seguro, saludable y sostenible.

Para que el bienestar se extienda es necesario un liderazgo transformacional fuerte en quienes toman decisiones en todos los ámbitos sociales —políticos, empresariales, laborales…—, pero que emana de todos y cada uno de nosotros. El profesor John Arboleda habla de un nuevo modelo de liderazgo basado en el empoderamiento individual para alcanzar colaborativamente las metas que nos propongamos como sociedad: “Se trata de poder elegir, de tomar tus propias decisiones y de liderarse a uno mismo de manera alineada con lo que es relevante para las organizaciones o para la sociedad en la que convivimos”. El futuro del trabajo es nuestro.

Horizonte