Los escoltas y el secreto plan del peronismo para viajar en el tiempo
Un adelanto de la novela del periodista Eddie Fitte. Exclusivo de Gallo.
Eddie Fitte
14 de octubre de 2020

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Título: LOS ESCOLTAS y el secreto plan del peronismo para viajar en el tiempo

Autor: Eddie Fitte

Género: Novela

Editorial: Nudista

Fecha de publicación: Noviembre de 2020

Se ve que a la hora de irse a dormir, Esteban se había excedido con el vino. Y también con dos botellitas de whisky, de esas de plástico. Fue al baño y encontró en el pequeño cesto dos latitas de cerveza Andina arrugadas. Se puso a pensar en lo caro que le iban a cobrar todo esto los usureros del hotel en el que estaba. Se imaginó al recepcionista comprándose una nueva tabla de snowboard sólo con la ganancia de las bebidas que él había consumido del frigobar.

Fue a mear y arriba de la mochila del inodoro había otra lata más de cerveza abierta. La levantó para tirarla: estaba llena. Se acordó perfecto del momento en que decidió sacarla de la heladerita y consumirla. “Una birra más y me voy a dormir”, se había dicho apremiándose. Tomó entonces un trago, la apoyó ahí adonde ahora la había encontrado, y se fue a dormir. Se quería matar.

Tiró la cadena y mientras continuaba la procesión resacosa por su habitación del Lodge, de nuevo hacia la cama, siguió recordando. La noche anterior, en ese ataque de creatividad etílica, había escrito varias cosas.

Encontró en el escritorio frente a la cama el apuntador que viene al lado del menú del Room Service repleto de oraciones y garabatos. Su caligrafía era inentendible, incluso para él.

Por sobre las frases sueltas resaltaba una que sonaba a título: “Los escoltas y el secreto plan del peronismo para viajar en el tiempo”.

Esteban no sabía bien de qué iba lo que había escrito. No sabía si era una nota para venderle a algún medio relativamente masivo, que le diera unos pocos centavos a cambio de su esfuerzo, o una novela por si algún día se decidía a escribirla. Evidentemente, el porro que le había dado Rubén era muy bueno y, en algún punto, la charla con sus compañeros lo había dejado bastante movilizado. Al menos durante el efecto sativa.

Se puso un short y un buzo, a pesar de que nuevamente tenía la sensación de que no hacían más de 24 grados y había bastante viento, y salió para la orilla del Lago Nahuel Huapi con el libro de Hawking. Por supuesto, no olvidó las flores que le había comprado a Wauter. No quedaban ya muchos cogollos, se ve que la noche anterior no los había racionado tan bien. “Ya fue”, sentenció.

El lago estaba espléndido. No buscó un lugar demasiado alejado o particularmente paisajístico. Ahí no más se instaló a leer la Brevísima Historia del Tiempo.

Mientras avanzaba en la lectura, el THC empezó a hacer su juego mental. Le costaba enfocarse porque sentía que había muchas cosas, muy básicas, que desconocía. No distinguía, y tampoco le calentaban tanto, las distintas versiones que había sobre cómo era el universo. Googleó mucho (el teléfono era todo lo que tenía al alcance como bibliografía de asistencia a su lectura) sobre Copérnico, Newton y Einstein. Así todo, el libro se le hacía pesado.

Apoyó el libro en la toalla que llevaba a todos lados con él y se prestó a armarse un puchiporro. La marihuana pura lo dejaba demasiado descocado. Picó la flor en su picachu con forma chistosa de Mario Bros, hizo un filtro con el ala clásica de las OCB negras, tomó un papel y mientras se disponía a mezclar el tabaco con la lluvia del cogollo triturado, vio que cerca de la orilla venía Julio caminando lento.

No parecía mirar particularmente nada. Se lo veía en una suerte de ritual de viento y montaña. Disfrutaba existencialmente de estar, en ese preciso momento de sol fuerte y directo, al pie de la inmensidad.

–Ey, ¡compañero! –gritó Esteban apelando a la identificación directa que suponía que iba a hacer el altísimo amigo de Rubén.

Julio giró y le devolvió una sonrisa.

–Qué hacés, nene, ¿disfrutando del Huapi? Cuidado con el Nahuelito.

–Ni hablar. En estas tierras de historias por todos lados nunca se sabe. Estaba leyendo el libro que les compré ayer –dijo Esteban y señaló al libro que estaba todavía sobre la toalla en las piedras.

–Ojalá que te guste, me alegro. Galileo es más de ese tipo de títulos. A mí la astronomía, o el cosmos en general, demasiado no me atrae. Soy un hombre más de la política. Yo quería que agarraras el de Jauretche. Tenemos cosas de Cooke, también. Marechal, Scalabrini Ortiz… No sé. Hay autores muy buenos ahí en nuestra mesita.

–No te preocupes. Me quedan un par de días de vacaciones. Pienso volver. ¿Del Proyecto Huemul, específicamente, tienen alguno? Todo lo que me cuentan me atrae mucho.

–No nos creés un carajo, ¿o sí? Para vos somos tres hippies del sur que andan medio fumados las 24 horas del día –apostó Julio más lejos de estar ofendido que de intentar entender a qué estereotipo lo estaban asociado.

Esteban quedó medio en el aire. No se esperaba la suerte de confesión de parte que acababa de escuchar.

–No es eso. Es sólo que a veces me agota esa postura medio negacionista de ciertas personas del peronismo.

–Serán tuyas. No escuché a ninguno de mis compañeros que se hiciera el boludo con ninguna cuestión.

–Sabes de qué hablo… –sugirió Esteban.

–Honestamente, no. Vos estarás yendo a algún punto.

–Hablo del nazismo, no de mucho más. Acá en Bariloche se puede ver sin preguntar demasiado que hay muchas cosas que sugieren.

–¿Te referís al tema ese de los nazis en Argentina? Mirá, Perón arregló algunas cuestiones con el Eje porque los tipos estaban tirados y se podía sacar una tajada para el país. El tema era la Iglesia, ¿o a dónde te pensás que conseguían pasaportes apócrifos los criminales de guerra, con los nombres cambiados? Eso fue algo mucho más complejo. La Iglesia era más fuerte que ahora, obviamente, no te olvides el rol que tuvo en el golpe de estado de 1955.

–Entiendo lo que decís pero, a mi juicio, hay cosas que van más allá.

–Sí, bueno, exactamente.

–No, no me chicanees –replicó atento Esteban cuando vio que lo estaban encerrando discursivamente.

–Mirá, Esteban. Tenían científicos e ingenieros que no eran asesinos. Que eran cerebros apretados para trabajar para un régimen. Hacían autos, aviones. Tenían mucho conocimiento tecnológico, cosa que acá en Sudamérica se veía muy lejano. Así, muchos que entendían sobre estas cuestiones, más allá del racismo militarista de sus gobernantes autoritarios, operaban para sobrevivir. Individuos cobardes aterrorizados por la simple idea de oponerse. Individualistas culposos en silencio. Muchos de ellos, científicos, cooperaron y fueron cómplices. Es cierto. Pero no los trajimos para legislar. Les queríamos robar la información antes de volver a entregarlos, o dejarlos absolutamente solos al menos.

Eso pretendía el general: traer talentos de la ingeniería de maquinaria de las entrañas del monstruo de la producción. No los juzgaba moralmente. Para hacértela corta, Göring, el cerdo que le mandaba lo político cuando Hitler empezó a perder los hilos de su orquesta siniestra, fue el que le ofreció cambiar 50 científicos alemanes, austríacos, franceses, españoles y demás conquistados, por cuatro exilios políticos de jerarquía de su régimen. Todo a través del Vaticano. Y de los ingleses, que también todavía tenían mucho peso en lo nacional y habían sido muy amigos de los alemanes.

–Así fue como a la Argentina llegaron seres enfermos como Eichmann, Priebke, Mengele y Bormann –continuó Julio sin vacilar y manteniendo un discurso entretenido–. En los mismos submarinos de esa operación, a la cual dicen que se llamó ODESSA, llegaron también estos científicos que te digo, a cambio. Muchos de esos ya habían entendido el nuevo modelo teórico y numérico del universo. Esos tipos entendían cuestiones como el redireccionamiento de la energía que emana de la creación de un vacío. Cosas muy de avanzada, como utilizar la energía nuclear para viajar en el tiempo… o al menos decían en un principio que sabían cómo empezar a tratar de abrir ese portalcito. Se dice que el General sostenía que con el resultado exitoso de su idea más valiosa íbamos a poder ver en directo cada consecuencia de las decisiones políticas que se tomaran en el presente. Básicamente para evaluar si en un futuro próximo habían funcionado o no. Y si no, corregirlas. Algo así como decidir todo el tiempo con el diario del lunes. Pero, cuidado: la idea fue siempre que iba a estar prohibido viajar al pasado y modificarlo, porque eso podía conducir al caos. “Lo hecho, hecho está y tenemos que jugar con esas reglas con responsabilidad”, solían repetir que adoctrinaba el General. ¿Te puedo pedir una seca? Fumé a la mañana y me duró hasta un rato una locura tranquila pero ahora siento que necesito un refuerzo.

–Ni hablar, tomá –le dijo Esteban que se encontraba absolutamente perplejo con la cantidad de información que estaba recibiendo. A la vez, el faso le había pegado fuerte, por lo que había seguido todo el relato como rodeado de una nebulosa.

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Sobre el autor:

Eddie Fitte (Buenos Aires, 1987) es periodista, escritor y productor audiovisual. En 2015 publicó su primer colección de cuentos titulada “Un culo en mi ventana”, seguida de la segunda “Pungueate este libro” (2018), ambas bajo el sello de Emecé, de Editorial Planeta. Participó del equipo ganador del Premio Pulitzer liderado por Glenn Greenwald, a cargo de las filtraciones de Snowden relativas al espionaje británico vinculado a la Guerra de las Malvinas. Trabajó para distintas señales televisivas como Canal13, TN, CNN y Discovery Channel. Como productor audiovisual, realizó micros, informes y documentales en más de 60 países. En 2016 ganó el premio a Mejor Documental en el New York Festival.

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