El galán republicano
El adelanto exclusivo de la biografía del actor Alberto Closas escrita por sus sobrinos. La huída a la Argentina perseguido por ser de una familia republicana. Sus 64 películas. Un seductor de dos orillas.
Francis Closas y Silvia Farriol
1 de junio de 2021

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Alberto Closas. A un paso de las estrellas
Autores: Francis Closas y Silvia Farriol

Editorial Cátedra. Colección Signo e imagen

Alberto Closas era un actor, muy popular en su época, que ha pasado al recuerdo general como tal, como actor. Despertó admiración, curiosidad, llegó a la fama, pero el interés que hoy puede tener hablar de él, rememorarlo, es el de que no se pierda su recuerdo, recorrer su vida, seguir su aventura constante, saber cosas de su familia, de la época y la sociedad en las que vivió, y también de sus particularidades personales, profesionales, sociales… Los que le recuerdan lo sitúan sobre los escenarios, en la pantalla, la radio, las revistas… Un actor famoso, en pocas palabras. El momento de mayor esplendor, la etapa de gloria del personaje, hace bastantes años que se apagó, como acaban desvaneciéndose todas las cosas de este mundo.

El interés por rescatar su memoria viene dado porque, en primer lugar, con sus recuerdos y los de su familia aflora una parte de la historia, de la historia de unos habitantes de una ciudad, Barcelona, que la guerra civil dispersó, como a tantos otros, y uno de cuyos miembros acabó triunfando. Puso siempre por delante sus raíces catalanas de las que hacía gala en cualquier declaración, entrevista o incluso programas de televisión.

Un segundo objetivo nos ha llevado a escribir esta historia y es el interés por rescatar la memoria del abuelo de Francis, Rafael Closas Cendra, el padre de Alberto, personaje político que desarrolló una importante labor en el gobierno de la Generalitat de Cataluña de la época pero siempre en la sombra, en segunda fila, lejos de las primeras páginas y de la notoriedad pública. No quisiéramos que su vida y su recuerdo se disuelvan lentamente entre el olvido y la melancolía.

Closas junto a la actriz rumana Nadia Gray.

La mayor parte del material que ha permitido hilvanar y organizar estas impresiones biográficas existe gracias a una voluntad de preservación que, iniciada por el afán de Teresa Lluró, la madre de Alberto, pasó a su muerte al hermano menor de éste, José María, el tercero de los cuatro hijos de Rafael y Teresa y, a su muerte, a su único hijo, Francis. Tras cuatro años de trabajo, se ha culminado una importante labor de ordenación, clasificación y verificación de procedencias y fuentes.

Un abundante conjunto documental formado por correspondencia, apuntes y notas personales o profesionales, diarios íntimos, recortes de prensa, crónicas, anuncios, críticas teatrales y cinematográficas, carteles, programas de mano, discos, etc. de todo lo cual procuraremos entresacar lo mejor de las personas y de los personajes y, a la vez que las luces, también las sombras, dibujando así lo más exactamente posible el retrato, en lo que se refiere principalmente a Alberto, de un hombre y de su circunstancia, particular y común, propia e intransferible, especial y general. Una vida más, ni más ni tampoco menos.

Alberto murió en 1994, poco antes de cumplir los 73 años. Después de sus primeros 34 años, vividos intensamente en Cataluña, Francia, Chile y Argentina, en España la gloria le llegó ligada a las películas, argentinas y españolas, en muchas de las cuales fue protagonista; este éxito lo consiguió gracias a la proyección y la popularidad que le dieron el cine, la radio, la televisión y, sobretodo, el teatro, desde los años cuarenta del siglo pasado, unos medios que mantenían viva la ilusión que había entonces sobre la idea de prosperidad y de poder salir de la oscuridad, de la miseria de la posguerra y el racionamiento. La popularidad que consiguió no fue una simple burbuja de gloria volátil, sino que reconocía la valía de un personaje que se mostró tal como era: amable, decidido pero no altivo, asequible, serio y cautivador, familiar y, por encima de todo, elegante.

Alberto siempre tenía la maleta lista para ir de un lugar a otro. Su divisa era un consejo recibido de la actriz Lola Membrives, como él mismo recordó en una entrevista en la televisión argentina: “El éxito está en la dársena», en el viaje; hoy sería en los aeropuertos. Fue un hombre permanentemente cargado de ilusión, de unoptimismo no quimérico, sino activo, de empuje. Empezó haciendo como quien dice de aprendiz de actor y, después de triunfar, fue promotor y empresario teatral en Argentina y en España más tarde. Nunca fue un ilusionista sino un aventurero, pero un aventurero trabajador del mundo del espectáculo, formado como actor bajo una dirección tan solvente como la de Margarita Xirgu.

Como hemos señalado anteriormente, tuvo la gracia y el don de la elegancia natural, esa elegancia que no se improvisa, que uno no se propone adoptar, sino una parte del bagaje personal. Su carácter también era fruto de un exilio permanente, de cuerpo y de alma, lejos de casa y de su país desde que, al inicio de la segunda República española en 1931 y aún en plena formación, su padre le envía a estudiar a Francia y, ya un punto afrancesado, con el estallido de dos guerras consecutivas, primero la civil española y después la segunda mundial, tiene que hacer el salto definitivo, el salto al sueño americano, en este caso a Sudamérica.

Alberto usó una palanca en su provecho: los medios para consagrarse, que fueron eso que llaman «la prensa rosa, la prensa del corazón», las recepciones y los estrenos brillantes, las entrevistas, los cócteles, los reportajes … Todo ello no pasaba nunca de la anécdota frívola, se quedaba en apunte sobre su vida sentimental, las bodas y los divorcios, la vida social. Fue el segundo de cuatro hermanos. Habrá que hablar de sus padres, de sus hermanos, de las amistades y las influencias, para dar una visión lo más completa posible – social, política, cultural, familiar, artística, geográfica de la situación en cada momento.

Uno de los primeros recuerdos que conserva Francis de su tío, es el de que una vez, siendo aún niño, vivía en una ciudad de provincias argentina. Un verano, cuando tenía siete u ocho años, fue con sus padres a la gran ciudad a visitar a la familia y después de la impresión que le causó la gran urbe, el tráfico, los tranvías y los coches, que en aquel momento eran modelos muy grandes, como todos los coches americanos de la época, fue a visitar a su tío Alberto al que no recordaba debido a su corta edad y que tenía un coche gris con ruedas de rayos cromados, dos puertas y descapotable, un MG. El niño no daba crédito a lo que veían sus ojos: un coche pequeñísimo y con nombre. Se llamaba “la pantera gris”.

En realidad lo que a Francis, acostumbrado a los grandes coches de la época, le pareció pequeñísimo, era un cochazo y el nombre de “la pantera gris” era un homenaje a las novelas de Sexton Blake que Alberto leía de jovencito. Detective de ficción, Blake rivalizaba en el éxito del momento con Sherlock Holmes, y su primer autor fue Hal Meredith, seguido por otros escritores en la redacción de las historias. Alberto le preguntó si quería subir y al minuto estaba encaramado al coche para dar una vuelta. Desde aquel día tío Alberto fue su héroe, consideración que mantuvo hasta muchos años después.

Alberto Closas con Lucía Bosé en el film “Muerte de un ciclista” de 1955.

Sorprende la cantidad de catalanes que ubican el nacimiento de Alberto Closas en Madrid y desconocen su condición de catalán. Ciertamente, por azares de la vida, tan solo pasó su infancia en Barcelona, y muchos años después se instaló en la ciudad de manera intermitente, ya fuera por quehaceres profesionales o por motivos familiares. Sin embargo, donde pisó más escenarios, platós, salones, aceras, bulevares, donde hizo vida, fue en Madrid y en París, Buenos Aires y Santiago de Chile. Fue, como tantos de su generación, un hombre que le debe su biografía a las circunstancias de la guerra civil española. La primera y principal consecuencia se tradujo en un desarraigo que le dotó de una personalidad de superviviente pertinaz y vitalista contagioso. En Closas, afrancesado por educación y anglosajón por estética, impera la joie de vivre, la alegría de vivir. Pero al igual que podríamos hablar de una nacionalidad difusa y fronteriza, la personalidad del autor es, como toda persona de interés, caleidoscópica, formada por múltiples capas, matices y contrastes. Él mismo reconoció más de una vez sus “contradicciones” con estoica socarronería.

Así pues, tenemos a Alberto Closas, un catalán que siempre mantuvo un catalanismo sentimental, un apego recurrente a sus raíces perdidas. Su elegancia innata, siempre dispuesto al aperitivo, su coquetería del pañuelo en la pechera, la raya impecable del pantalón, tienen mucho de un gusto galante capitalino. Por el contrario, el catalán impera en una ironía distante, en una capacidad de observación destemplada que a veces irrumpe en la carcajada indómita. Sin ir más lejos, su total aborrecimiento del Don Juan Tenorio de Zorrilla, a la que siempre consideró una obra ridícula; el engolamiento ripioso y la fanfarronería del protagonista merecían su menosprecio. El por otros tan envidiado donjuán, a él le parecía un chulo insoportable y un ser deleznable de cuya hombría cabía dudar. Aún así, en la entrevista que la periodista Pilar Urbano realizó para la revista Época, subrayaba la exquisitez de un verso que salvaba toda una obra: “…Luz de donde el sol la toma…”. De esta manera se evidenciaba una sensibilidad dramática muy característica de Alberto y una pasión por el teatro a la que volveremos constantemente.

Habiendo completado poco más que la educación secundaria y antes de cumplir veinte años, se vio arrastrado por la condición política de su padre. Esto le llevó en la primera juventud a la alegre aventura de conocer mundo y probar suerte en diferentes profesiones o sistemas ocasionales de procurarse la subsistencia. «Hombre de muchos oficios, pobre seguro» o su equivalente catalán “home de molts oficis, pocs beneficis”, hasta que, habiendo comenzado a echar raíces, se decantó decididamente por el teatro y, a continuación, fue descubierto para el cine. La escena, que constituyó su segundo arraigo profesional, siendo ya adulto, se produjo en el hemisferio sur del continente americano, es decir que las raíces se dividían: las primeras, las del nacimiento y los primeros años, eran en Barcelona; las segundas, se hundían en tierras de América y más tarde también extendieron ramas, quizás las más productivas y fructíferas, en España. Tenemos en este aspecto un personaje dividido y viajero por necesidad.

Sin desmentir radicalmente la faceta frívola que las revistas, las crónicas y la opinión popular vieron en él, Closas fue un hombre de formación escénica con un fundamento sólido que no se dejó arrastrar por el éxito rápido, sino que orientó su trabajo con el objetivo de ofrecer un entretenimiento inteligente, digno y elegante, como la mejor crítica le reconoció. Un retrato verídico debe consignar que, a pesar de su vocación escénica, Alberto Closas no adoptó nunca las maneras de una bohemia desastrada o extravagante, siempre sujeta a estrecheces económicas, pero sí las características del nómada impenitente, teniendo a mano en todo momento el equipaje imprescindible para ir de un lado a otro. También se caracterizó por su formalidad de persona cumplidora de la palabra dada, por su pulcritud personal y su orden estricto. Uno de sus hijos recordó en una entrevista que, a su muerte, el actor no dejó ninguna fortuna material, pero tampoco ninguna deuda. Hemos apuntado una nota latente en la persona del actor: la condición de desplazado permanente y, si no de apátrida, sí de hombre no comprometido por más lazos que los que estableció con un único territorio: el escenario.

Sin embargo, el origen y la raíz catalanes no desaparecieron en ningún momento y, a pesar de que una gran parte del público lo sitúa como originario de un territorio indefinido -podríamos decir que en una especie de limbo geográfico -, en toda ocasión se confesó públicamente catalán y barcelonés, sus vínculos personales primeros y auténticos. Esta afirmación no niega el lazo, si no de sangre sí de corazón, con Argentina y Chile, donde realmente nació a la escena, primero teatral y después cinematográfica.

Tras los años transcurridos después de la muerte del actor, Closas es quizás vagamente recordado por quienes aún conservan alguna memoria de la realidad de hace cincuenta o sesenta años. No llegó a escribir unas memorias que había anunciado reiteradamente y que con los años iba madurando. Pero, por el carácter fragmentario de las confesiones con las que él mismo se prodigó con diferentes periodistas, rastrear su vida obliga a elegir y espigar entre un montón de anécdotas, reminiscencias, pinceladas reveladoras de su memoria, de toda época y carácter. Igualmente nos hemos basado en el testimonio de amigos, actores, colaboradores o críticos que lo conocieron y amaron.

Se ha hablado mucho de su éxito considerable con las mujeres lo cual es indudable y ahí también sobresale su elegancia. Los matrimonios que inscribió en diferentes registros civiles acreditan su fascinación hacia las mujeres. A estos matrimonios aún se podría añadir un largo catálogo de enamoramientos fugaces, pasiones juveniles y de madurez, aventuras y flirteos. Pero no se puede decir que Alberto fuera un frívolo superficial. Esta clasificación sería inexacta, por insuficiente. Más bien habría que hablar de la fuerza de un permanente impulso vital y de una alegría de vivir que lo llevaron siempre a ver nuevos horizontes, aferrarse al lado positivo de cada cosa y de cada momento y cuando se topó con la desgracia no dejó de hacerle frente a pesar de que los obstáculos fueran gravísimos. La vida y las peripecias del actor demuestran la voluntad y el éxito en el objetivo personal de búsqueda de la felicidad.

Se le conocen escasas indiscreciones y, de hecho, él siempre reconoció ser un hombre seducido más que un seductor. La figura del eterno seductor, del conquistador, del macho donjuanesco despertaban su hilaridad o su indignación. Siguiendo con la diatriba sobre el Tenorio y amparándose en las teorías del Dr. Gregorio Marañón, sostenía la, por otra parte, extendida tesis de que en Don Juan hay mucha homosexualidad reprimida. Sin lugar a dudas fue un homme à femmes, “hombre de mujeres”, y así lo prueban sus seis matrimonios y algunas relaciones duraderas. En cualquier caso, que nadie espere encontrar en estas páginas alardes o vanaglorias a las que nunca fue dado. Todo lo contrario. Al fin y al cabo, uno de sus encantos se debe al respeto y deferencia que siempre dedicó a sus mujeres queridas.

Closas junto a su esposa María Luisa Martínez Hernández y sus cinco hijos.

Pero si la mujer en genérico ocupó una parte fundamental en su vida, su dedicación al teatro estuvo siempre un paso por delante. Hizo cine, radio, televisión, se ganó antes la vida en unos laboratorios fotográficos e incluso se inventó como chansonnier. Pero por encima de todo estaba la actuación sobre las tablas, el ritual diario de la interpretación irrepetible. Aprendió con Margarita Xirgu, en los tiempos americanos, método y disciplina, constancia y profesionalidad. La meticulosidad del actor no aceptaba desidias ajenas ni torpezas de aficionados. Cuando se encendían las luces del escenario, el espectáculo debía funcionar con la implacable precisión de un reloj suizo. Ante la chapuza se mostraba inflexible e iracundo. Varias son las anécdotas que demuestran un genio desatado frente a actores que olvidaban salir a escena, ayudantes que dejaban puertas abiertas, retrasos injustificables o técnicos que montaban mal la iluminación. Al mismo tiempo, empero, se recuerda su generosidad, su compañerismo y afabilidad, la total carencia de envidia, una manera de andar por la vida que tenía en gran consideración la intuición social, el cuidado en el trato y la amabilidad. La elegancia, en fin, una vez más.

Asimismo, acabó compaginando funciones de empresario. No sólo era la manera más lícita de conseguir una independencia en la creación sino que además sirvió para poder controlar todos y cada uno de los procesos escénicos. Alberto tenía gran olfato para adivinar los gustos del público, de su público. Era consciente de que la comedia ligera y elegante era un gran filón y el género en el que cosechaba más éxitos. En más de una ocasión, empero, reconoció que le hubiera gustado llevar a escena un Shakespeare a su manera.

En todo caso, tal vez en el aspecto ideológico las contradicciones de Alberto Closas se descubren de una manera más extravagante y simpática. Proveniente de una tradición republicana por parte de padre y de cierto encandilamiento por el oropel aristocrático por vía materna, gustaba de declararse un republicano al servicio del juancarlismo, de derechas en toda regla, así como un admirador de la política de Jordi Pujol, en aquel entonces por encima de toda sospecha, por preconizar un catalanismo supuestamente compatible con el apego español. En cambio, como es bien sabido y veremos más adelante, la primera película que interpretó en España fue Muerte de un ciclista, obra del director de cine comunista Juan Antonio Bardem. Por encima de todo, era partidario de un trato social más allá de las ideologías y entre sus conocidos y amigos se contaban personajes tan dispares como el matrimonio Perón, el poeta Joan Oliver, la citada Margarita Xirgu, el dramaturgo Alejandro Casona o el almirante Carrero Blanco.

Era tanto dado a la vida social, desenvuelto, encantador en la distancia corta, como poco dado a la tertulia y demás cenáculos ilustrados tan propios del Madrid del momento. En el recuerdo de los más próximos persevera el exquisito bon vivant, el tipo amable y divertido, burlón, vitalista, amante de los buenos cócteles y siempre con un cigarrillo en la mano, de los coches veloces y de los paseos tranquilos. En resumen: un seductor en toda regla.

El título de esta aproximación al actor, a su obra y a su familia, se la debemos al propio Alberto. Según explicó en una entrevista a la periodista Rosana Torres, “A un paso de las estrellas” era el título de unas memorias que, por aquel entonces, tenía pensado escribir: “Serían sus memorias, unas memorias que nada tendrían que ver con las que pudo hacer para alguna que otra revista del corazón donde lo contado es calificado por él mismo de anécdota. Unas memorias en las que hablaría de encuentros con hombres como Neruda, León Felipe, Juan Ramón Jiménez, Sánchez Albornoz, Alberti…, en las que contaría cómo se sumerge en una nube cuando sale a un escenario, cómo, desde la sensualidad, entra en relaciones de seducción con el público” (El País, 14 de noviembre de 1988), detalla la entrevista.

El título, pues, sirve de referencia a las memorias que nunca llegó a escribir y, al mismo tiempo, refleja una de las ideas fundamentales de su biografía: la de una generación de artistas que, por las consecuencias que acarrearon la Guerra Civil y la posterior dictadura franquista, no llegaron a gozar de la consideración internacional que su talento merecía. Bien es cierto que la diáspora le permitió estar a un paso de grandes personajes del momento, así como tener un reconocimiento en la América de habla hispana enorme y un aprecio en Francia inusual para un actor español. Sin embargo, fue una generación que por la situación de la cultura del país, nunca se consolidó como un star-system.

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